miércoles, 24 de octubre de 2007

Las cosas que me hacen feliz (Laboratorio Tarrío - Grupo Sanguíneo, 2° entrega)


Hay veces en las que los nombres están bien puestos. No sé, por ejemplo, “paraguas”. Para-aguas, ¿de qué otra manera se podría llamar? O como esos Robertos, que no tienen cara de otra cosa más que de Roberto. Pero creo que ningún nombre en la historia pudo ser tan acertado como el que eligieron Martín Piroyansky, Valeria Lois, Juan Pablo Garaventa y Lorena Vega para autodenominarse: Grupo Sanguíneo. Cada vez que los veo sobre un escenario me asalta la idea de que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, podrían llamarse de otra manera. Miro teatro (mucho, tal vez, si es que se puede hablar de “mucho” de algo), y sufro de un embeleso particular con los actores, pero nunca vi tanta sangre sobre un escenario como cuando en él están estas cuatro personas, juntas, creando.
Y ahora que uso el verbo “crear”, pasemos al meollo de la cuestión. Hace un tiempo con Tarrío hablábamos del registro del proceso creativo: su importancia, los aportes que hace al mismo proceso, el efecto que genera en el público-espía, y tantas cosas más. Nos referíamos particularmente al registro en formato blog. Pero justamente de registrar un proceso creativo (y de abrir ese registro al público) se trata el Laboratorio Tarrío – Grupo Sanguíneo (todos los martes a las 21 en el Rojas). De abrir al público el proceso de gestación de una obra, o tal vez no de algo tan concreto, pero sí de unas instancias, de unos personajes, que podrían llegar a transformarse en una obra alguna vez. Y esto, además de quedar grabado en nuestras retinas, es registrado en video (¿doble registro o bien registro y espía de ese registro simultánea?). En este sentido, la “entrega” de este martes (¡opa! ¿hay algo folletinesco también?) fue superadora de la anterior. El martes pasado lo que se vio fue fantástico, pero se parecía más a una obra terminada (o a lo sumo a un work in progress) que a lo que (a mi entender) el laboratorio se propone. Los personajes parecían ya bastante trabajados (partiendo desde el mismo maquillaje y vestuario), la puesta en escena también estaba bastante predeterminada (había una escenografía configurada) y las intervenciones del director (aplausos para Gustavo Tarrío) fueron mínimas. Un poco sobre el autoanálisis de estas (u otras) razones, este martes decidieron tomar un rumbo distinto, y el resultado fue extremadamente interesante. Sobre las pautas que Tarrío tiraba en el momento, se iban configurando los personajes, se montaba la escena (con mínimos elementos), se armaba la historia, se probaban las luces. Lo escribo y me vuelve toda la adrenalina de estar ahí como espiando (¡pedazo de voyeur!). Y es que de espiar se trata (“Espiar el arte” fue el título de mi nota sobre blogs que registran el proceso creativo). En esa espía gana mucho quien espía (será que a mí me gusta tanto el teatro, pero ¡qué increíble estar espiando la cocina!), pero aún más (me atrevería a decir) el espiado (acá ellos tendrían que dar sus opiniones – si leen esto, están invitados), porque tiene un feedback inmediato (importante siempre, pero ni qué hablar con el humor).
Los Sanguíneos son increíbles, y no me alcanzan todos los adjetivos con los que no cuento para describir su trabajo. Lois convirtiéndose en cordobesa lentamente (para terminar siendo una provinciana al borde de un ataque de nervios). Piroyansky con una parálisis facial efecto de la falopa que se esnifó en la era menemista y sus vanos intentos por tomar Coca Cola. Garaventa, padre tucumano (y jujeño y salteño y cordobés y tantas cosas), angustiado, tímido, increpado y un poco tartamudo. Vega, cruza de menemista ferviente y adicta a las causas socialistas y las cruzadas por los derechos humanos. Cada uno de los personajes por los que transitaron fue desopilante – en un nivel que sólo ellos podrían alcanzar. Las intervenciones de Tarrío, que no se limitaron a las directivas o sugerencias en torno a los personajes, la historia, la puesta en escena, la musicalización o la iluminación, sino que se extendieron a las anécdotas sobre la compra de un winco o el canto - una vez más, benditos sean Tarrío, Lisa Loeb y la discográfica independiente próxima a editar “Cantando con Gus en bicicleta” – fueron memorables.
Cuando me fui del Rojas me dolían todos los músculos faciales: no había parado de reírme durante dos horas. Me es imposible explicar la felicidad que me genera este tipo de acontecimientos. Pero es así. Así de simple. Cosas como estas me hacen terriblemente feliz.

PD: Esta vez no pasaron “My Sharona” al final (aunque sí “All I want is you” en algún momento alrededor de la mitad). Paro el 60 en la puerta, me subo al colectivo y – créase o no – en la radio empieza a sonar “My Sharona”. What are the odds???!!! Me sonreí de vuelta. Me senté en un asiento de uno. Y no pude evitar comentárselo por sms a Tarrío.

1 comentario:

dorisday (en copia nueva) dijo...

que lindo.
aguante la cronista oficial!!!
G