sábado, 1 de diciembre de 2007

Un día peronista (Laboratorio Tarrío - Grupo Sanguíneo, 7ª entrega)



Martes. Día peronista. Un sol que rajaba la tierra y las mejores perspectivas. Estuve en el laburo desde la mañana cagándome de la risa (por razones que no vienen al caso; soy una persona muy risueña: me río de la gracia, pero también de los nervios, y otras veces ni siquiera sé porqué). Salí del laburo y me fui a lo del Nahue, de donde partimos (tarde) para el Rojas. Llegamos sobre la hora y sólo pudimos ingresar después de que Tarrío vino a salvarnos.
Qué decir de la entrega más esperada de todas. Primero, que más allá del sutil intento de Tarrío por convencer al Nahue para que actuara con ellos, no lo consiguió: hubiera sido perfecto, pero los actores también se inhiben.
Cuando ya estábamos en las gradas (ubicadas de modo tal que el escenario quedaba planteado en un lugar distinto a los que habían usado hasta el momento) veo una guitarra. Y mi ilusión prevee lo que a los pocos minutos habría de ocurrir. La guitarra deja de pasearse y cae en manos de Gustavo que se sienta con la Mujer Maravilla, que por ese entonces aún era Mujer Peronista, para hacer una interpretación acústica de La balsa (gracias Gus por el dato; la emoción bloqueó el botón de la memoria y más allá de recordar lo fantástico del momento, no podía acordarme cuál era la canción que habían interpretado). Fue algo maravilloso, como ya dije, para todos los perejiles que nos perdimos a Tarrío cantando boleros en el Parakultural. Yo sigo aguardando la pronta edición de “Cantando en bici con Gus por el conurbano”. Pero mientras tanto, el martes que viene me voy a llevar el grabador de mp3, para saciar el ansia.
Después de semejante apertura, ya nada podía salir mal. Y lo que siguió fue un gran acierto: el uso de proyecciones de imágenes documentales del peronismo, con un historiador que, en vivo y en directo, tiraba información histórica y, a lo largo de la puesta, habría de corregir errores que se fueran dando en las improvisaciones. Antes de comenzar, Tarrío había avisado que, en esta oportunidad, las investigaciones se habían hecho en forma individual y aislada, y que nada había sido puesto en común con anterioridad. A pesar de ello, tanto el vestuario como los peinados y el maquillaje, estaban totalmente ajustados a la época, y eran de una belleza inigualable.
Una de las propuestas más interesantes pasó por la puesta en escena de distintas versiones de la marcha peronista. Para dar cuenta de la amplitud: la primera estuvo a cargo de una joven Evita sumamente emocionada; otra cayó en manos de una Evita más “mujerona”, que tiraba dinero al aire; la más “única” en manos (voz) de la Lois, cantada al vesre; y la última a cargo de la Mujer Maravilla (que, insisto, canta de maravillas).
Otra cosa que funcionó muy bien, fue la proyección de imágenes del General y de manifestaciones y actos con los cuatro sanguíneos siguiéndolas e interactuando con ellas (¡pobre Garaventa, se le escapaba el General!). El mismo juego con las proyecciones fue interesante cuando Valeria y Lorena esperaban en la puerta de la habitación donde moría Evita. Allí, como en tantas otras oportunidades, la iluminación que proporcionaba la proyección creaba un clima intimista y opresivo, que aportaba muchísimo a la puesta y a las interpretaciones. (Y generaba unas imágenes lindísimas para fotografiar, ¡lástima mi puta carencia de pulso, parezco un paciente con Parkinson!).
Juan Pablo interpretando al General que daba a conocer a sus seguidores la disolución del partido Laborista también estuvo de pelos (así como la insistencia de Piroyansky en llamarlo Coronel – digresión personal: no podía parar de pensar en el “Dónde, Coronel, dónde” y “Cuándo, General, cuándo” de "Esa mujer" y "Ese hombre", de Rodolfo Walsh… mi cabeza funciona de maneras misteriosas…).
La incorporación de la Mujer Maravilla en medio de una puesta completamente peronista a nivel estético fue súper (cuak). Pero en realidad eso es lo que fue, una cita de lo más divertida, y un quiebre que, tal vez, habrá tomado a algún desprevenido por sorpresa, lo cual no está nada mal.
El final con estética de fogón fue un broche de oro en una entrega que, de todos modos, me dejó con ganas de más: duró poco más de una hora.
Espero que el martes que viene pasen más cosas, no porque las que pasaron este martes no me hayan gustado, sino todo lo contrario: porque me gustaron… ¡quiero más! (cada martes sueno más parecida a una heroinómana, ¿no?).
El martes que viene nos encontrará unidos o dominados. Y en realidad, lo que no quiero recordar es que quedan sólo dos martes. No sé qué va a ser de mí cuando se termine esta fiesta sanguínea.

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