miércoles, 26 de diciembre de 2007

Meeting Lolita

No puedo parar de comerme los dedos. Tengo las manos en un estado deplorable. Impresentable. Estoy del orto. Inquieta. Ansiosa. Cabizbaja. Angustiada. Triste. Anhelante. Salgo del trabajo y no sé qué hacer. Hay un vacío que busco llenar con algo. Camino perdida por la avenida Santa Fe. Busco y no encuentro. Ningún remedio para el dolor, ningún parche para la herida. Una vidriera. Una librería. Entro y busco. A ciegas pero atenta. Tomo Los pichiciegos de Fogwill pero no, busco otra cosa. Pienso en Kerouac pero tampoco. Creo descubrir un Thompson que no tengo, pero se trata de una mera fantasía. Atisbo a Gide y encuentro lo que espero: El inmoralista. Tomo nota mental. Sigo mirando y el libro que quiero comprar hace añares me guiña el ojo (o el lomo, o la solapa). Pero esta sucio, golpeado, ajado, triste, y me niego a pagar precio Anagrama por él. Así que salgo con Gide bajo el brazo y lo busco y lo encuentro a las pocas cuadras. Tengo a Lolita entre mis manos y ganas de encontrar un refugio en el que comenzar a leerlo. Subo al subte y luego al tren y a las pocas páginas una sensación de saciedad me inunda. La prosa de Nabokov es a atrevida, irónica, perspicaz, picante, redunda en gracia e inteligencia. Leo y sonrío y río incluso en algunos pasajes. Le pongo una cara familiar a Humbert Humbert y avanzo en la lectura. Siento lo que hace tiempo no: esa sensación de no poder salir del libro. Ahora mismo, en la página 60, siento que me vence el sueño y me niego a cerrarlo, clausurarlo momentáneamente y ponerlo a descansar en mi pseudo mesita de luz. Por eso me siento en la máquina y escribo esto, esperando despabilarme lejos de la cama y las páginas de ensueño en las que Humbert lame los ojos de Lolita, rogando porque la irradiación de la pantalla me permita mantenerme una hora más despierta hundida en las páginas blancas que contienen esas tapas salmón por las que rebosa una narrativa atrapante que por momentos y de modo inexplicable me recuerda al Kennedy Toole de La conjura de los necios aunque no sé bien dónde se emparentan, probablemente en el atípico y extravagante imaginario de su peculiar protagonista.
Ahora me voy a hundir nuevamente entre esas páginas, entre Humbert y Lolita y Nabokov, aún comiendome los dedos, rasgados, cercenados, ultrajados.

1 comentario:

caja_de_zapatos dijo...

uyuyuy
me dan ganas de leerla
sos guachi eh
y yo que soy dificil de comprar, jaja