martes, 13 de noviembre de 2007

Oid mortales el grito sanguíneo (Laboratorio Tarrío - Grupo Sanguíneo, 5° entrega)


Soy portadora de lo que podría llamarse una tristeza estructural. Cargo sobre mis hombros un mundo de pesares (sí, parafraseo a Troy un poco). O bien there’s a shadow hanging over me (para seguir citando gente). La vida –y la muerte- no paran de abrumarme y llevo conmigo una angustia que, para mí (como para cada quien), no tiene paralelos. A pesar de ello (aunque más bien estoy segura que justamente por ello), hay cosas mínimas, ínfimas, súperpequeñitas, que me hacen feliz (pero feliz en serio: FE-LIZ). Por ejemplo, en estos últimos tiempos, aportaron dosis de felicidad extrema detalles como: descubrir un youtube de Bare haciendo una versión acústica de un tema de Grand Prix; que Nat me haya conseguido el contacto con el alguna vez tecladista de Eléctrico Caramelo, razón por la cual (y después de años de búsqueda) me hice de la discografía completa de la banda (esto quiere decir un EP y un simple), retrotrayéndome compulsivamente a esa cosa tan bella que yo doy en llamar post-adolescencia; encontrarme por sorpresa con Tatuado en la tele, sin importar que haga ya mucho más de un año y medio que la tengo en DVD; and so on. Una de estas gigantes pequeñeces que aporta semanalmente a mi felicidad es el Laboratorio Tarrío – Grupo Sanguíneo. Esas dos horas semanales en las que no logro descifrar qué es lo que me deleita más: si el revolcarme de la risa sin descanso; si el observar atentamente con la sensación de que estoy aprendiendo algo en cada detalle; si el maravillarme con el talento de los Sanguíneos; si el enceguecerme con el brillo que se desprende de Tarrío; si el sentirme, de alguna manera, como en casa. Sólo sé que salgo del Rojas con una sonrisa de oreja a oreja, o directamente envuelta en una risa, que se me queda anclada ahí por un momento que parece eterno. A veces siento que peco de cursi, que estoy lista para pergeñar alguna patética campaña publicitaria de golpe bajo, que el mundo me ve galopando en unicornios voladores (chiste para los entendidos); pero todos estos sentimientos -la sensación de momentánea completud, de saciedad, de alegría- son ciertos.
La psicóloga me dijo un montón de cosas que ya sabía (una sesión y ya entró de cabeza al blog). Que estoy atravesando un proceso de duelo y que en estos momentos lo primero que se pierde es el vínculo con lo intelectual (esto, claro, surgió de mi preocupación al respecto, porque por más que lo entiendo, no deja de preocuparme). Para colmo a mí me parece que este alejamiento parcial de lo intelectual (a lo que –espero- estoy volviendo a acercarme) esta vinculado no sólo al duelo (que es claramente lo central) sino a otro montón de cosas que se dieron simultáneamente, como el haber empezado teatro. La intención de esto último era lograr justamente un contacto entre la mente y el cuerpo, entre lo intelectual y lo sensorial, que siempre tuve muy relegado. Y creo que tal vez por ese haberlo dejado de lado durante toda una vida, ahora que apareció se plantó de lleno en el medio de todo como diciendo “acá estoy, soy yo, lo sensorial, lo sentimental, la sensibilidad, vine para quedarme”. Y ojo, me alegra, es sólo cuestión, ahora, de combinar el sense and sensibility.
Y toda esta perorata para empezar a hablar de la 5° entrega del Laboratorio. Todo comenzó aún antes de entrar a la Sala Cancha, con Tarrío diciéndome que no había escrito nada del martes pasado (¡y yo que asumo que nadie lee este blog!). Sensación: mezcla de “qué lindo que a Tarrío le ‘preocupe’ que no haya escrito nada” y “qué papelón, hice ese punteo estúpido ayer de trasnoche, y para colmo todavía le debo (me debo) lo de Súper (que viene llegando y cuando termine de llegar espero que sea digno)”. Y una convicción que se acrecentaba: “lo de este martes lo escribo esta misma noche, porque después las cosas se vuelan de mi pajarona mente como pajaritos”. Promesa tarriense: lo de hoy venía aún más prrrrrfffffff (terremoto) que lo de la semana pasada (Gustavo no dijo “prrrrrrfffffff”, pero me dieron ganas de meter una onomatopeya – son casi las dos de la mañana, no me pidan que cabecee).
Poner un pie en la sala fue “de pronto flash…”. Diagramación del espacio atípica al mango. Un centro circular de pelotitas de telgopor que se amontonaban alrededor de una escarapela gigante (semana de “símbolos patrios”, a no olvidarse). Tras la nube de telgopor, ellos (Tarrío, Sanguíneos y el resto de la troupe), sentados (¿ahí no deberíamos estar nosotros?). Respuesta: no. Nosotros parados al otro lado del círculo. Escuchando. A Tarrío que nos cuenta que vamos a estar más activos que nunca, cambiándonos de espacio en tres oportunidades. Toda historia tiene un comienzo y la del laboratorio de hoy también. En este caso, Vega, Piroyansky, Garaventa y Lois iban a interpretar a tres aspirantes a conseguir un puesto como guías en un museo. Las obras, cuya temática eran los símbolos patrios, se encontraban desplegadas a un lado del círculo telgoporense. Nosotros, público, teníamos que observarlas y, pidió Tarrío, hacer preguntas a los guías. Y en eso, de la nada, Piroyansky me pide que me aleje de una banana (que colgaba de un neumático, obra que inspiró las más lúcidas interpretaciones por parte de los guías, sobre el papel que los yuyos, las gomas y las bananas cumplen en esta patria). En esto, considerando que Binetti aún no nos ha hecho pisar más tablas que las del parquet de la sala en la que ensayamos (lo cual está muy bien, porque no estamos en condiciones de pisar siquiera las tablas del andamio de una obra en construcción – y por esto no me refiero a work in progress), se produjo mi “debut”, en el Rojas, al lado del Grupo Sanguíneo y dirigida por Gustavo Tarrío. ¡Jajaja! Esto claramente quiere decir que me limité a hacer un cometario sobre una de las obras expuestas, a metros de los Sanguíneos (esto explica el “al lado del Grupo Sanguíneo”), y esto una vez que Tarrío me dijera que me acercara a la misma para hacerlo (lo que permite comprender el “dirigida por Gustavo Tarrío”). Fue muy divertido y voy a dejar de discutirle a la gente que soy tímida: tienen razón, no soy tímida y no tengo vergüenza de nada. Entre las miles de cosas a destacar de esta primera parte, Piroyansky oficiando de guía traductor para dos turistas no es un dato menor (¡desopilante!). De acá nos movimos a otro sector, donde Tarrío hizo una apuesta ganadora: aprovechando las dotes de Piroyansky como dibujante, generó una propuesta interesantísima. Partiendo de un nombre disparador (por ejemplo, Sarmiento), Piroyansky hacía un dibujo (geniales todos ellos) del prócer en cuestión que era proyectado en una pantalla ubicada frente al público, ante la cual se iban haciendo presentes el resto de los Sanguíneos, en guardapolvo (por un instante me acordé del texto de Sarlo de los moños celestes y blancos), a contar anécdotas escolares, mientras Piroyansky seguía haciendo dibujos vinculados al relato (insisto: brillantes, como el avión que se incrustaba en las Torres Gemelas para significar 11 de septiembre, cuando en realidad Lorena hablaba de un acto por el día del maestro; o el caso de los dibujos al relato de Garaventa, que no funcionaban como representación sino como comentario). A esto se sumaron fotos y videos personales de los actores. Lo que sí, una pena que Tarrío se haya negado a participar del anecdotario. Yo, por lo menos, me quedé con las ganas de escucharlo. Última escena en un nuevo espacio (tras una nueva mudanza del público). Canto y baile en una puesta perfecta, que combinaba la labor de los actores con proyecciones y una iluminación que jugaba con las sombras proyectadas por los cuerpos.
Creo que de todas las entregas, esta fue definitivamente la más experimental (algo de eso que Tarrío auguraba desde la puerta). Apostaron a romper límites espaciales (con la redistribución del público a lo largo de la puesta, y la idea de inmiscuirlos en la escena –con lo que se rompen también límites que tienen que ver con las convenciones teatrales: vos actor en la escena, yo público en la butaca –algo de esto ya hubo el otro martes, con la participación de 2 espectadores, la hermana de Tarrío y Susana de-no-sé-qué-barrio, en la asamblea, aunque desde las gradas). Y aprovecharon como nunca hasta ahora la combinación de recursos como las proyecciones, las filminas (por esto me refiero a los dibujos de Piroyansky), las obras plásticas expuestas (me quedé sin saber cuál era la de Tarrío), el video, la fotografía y la música en vivo. Así enumerado a las apuradas tal vez puede parecer mucho, demasiado caótico, pero estos geniecitos supieron combinarlo de un modo en el que todo sumó, pero no por acumulación sino por amalgama.
Si este proyecto es una droga, creo que ha llegado el momento de dar un paso al frente y decir “Hola, mi nombre es Anabella, y soy adicta”.

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