viernes, 30 de noviembre de 2007

me haces tanto bien

Graciela dijo:

"Estás más cerca de la guitarra... que del arpa"

lunes, 26 de noviembre de 2007

Pornografía animal (made in Pehuajó)

Hoy falté al laburo para ir a hacerme unas placas como primer paso para mi crucifixión: si ustedes creían que yo no podía ser aún más loser, hete aquí que han incurrido en un error ya que –finalmente y tras años de meditación- voy a hacerme la ortodoncia.
En fin, punto que estoy ahí esperando que me hagan las radiografías y hay un ventanal que da a un jardín. Me cuelgo a mirar como una pelotuda y de repente veo una tortuga.
“Ay, pero qué linda la tortuguita, mirá cómo come pastito, qué divina!”
CLICK-CLICK.
Foto con el celular.




Pienso en ir a buscar a un nenito que está en la sala de espera para que mire a la tortuguita que era un amor, mientras le sigo sacando fotos y pienso “qué ternura” e imagino unicornios voladores y arco iris alrededor del animalillo.



Y de repente: otra tortuga se aproxima desde un costado a máxima velocidad (¡qué gran mentira esa de que las tortugas caminan despacio! ¡otra que el descubrimiento en Psicosis de que “you eat like a bird” es una “fal-fal-fal-falsity”!).



Bueno, corre-que-te-corre viene la otra tortuga, se ubica detrás de la que comía pastito, se monta encima de su caparazón y…


¡ÑACATE!
TRAKA-TRAKA
FUKI-FUKI
¡No lo podía creer!
¡Ahí! ¡Delante de todos! ¡A plena luz del día!
¡Suerte que no había ido a buscar al chiquito porque sino no sé cómo le explicaba lo que estaba sucediendo!
Bueno, el tortugo, muy concentrado, dale-que-dale. La tortuga abajo como si nada (seguía comiendo). Cuando el tortugo acaba, se baja, da la vuelta hasta quedar cara a cara con la tortuga, le acerca el hocico y yo pensé, recuperándome del shock, “si le da un pico me muero del amor”.
Y entonces
¡ZAS!
le trata de zampar un mordiscón importante.

(falta la foto porque me rehúso a registrar escenas de violencia)


La tortuga atina a meter la cabeza para adentro y el tortugo da media vuelta y se pianta al carajo, rapidito como llegó.
Estaba convencida de que se iba a prender un pucho.





*Se ve que a este tortugo no le cabe Manuelita.


**Cualquier parecido con las costumbres de copulación de otras especies, es mera coincidencia.


domingo, 25 de noviembre de 2007

Espíritu detectivesco entre símbolos patrios (Laboratorio Tarrío - Grupo Sanguíneo, sexta entrega)

En la foto: la "lectura" que Gustavo Tarrío y Florencia Martínez hacen del tema de Café Tacuba
Cuando era chica jugaba con mis amiguitos a que teníamos una agencia de detectives. La idea había sido mía. En mi casa había una Olivetti de la que me había adueñado y con ella confeccioné las tarjetas de presentación de nuestra agencia. Se llamaba “¡Socorro! Detectives sueltos”, y surgía de la combinación de los títulos de mis dos programas de TV favoritos: “Socorro 5º año” y “Detectives de señoras” (teníamos 10 años y a ninguno de mis amigos lo dejaban ver o bien este último o bien ninguno de los dos, así que a mí –que siempre me dejaron ver de todo- me tocaba contarles a los demás de qué venía la cosa). Bueno, las tarjetas en cartulina blanca, escritas con tinta negra y roja (las dos opciones que permitía la cinta de la Olivetti) eran fantásticas y aún deben de andar por ahí, escondidas en algún oscuro rincón. Lo que hacíamos, entre otras cosas, era espiar a los autos que pasaban por la puerta de casa. Contar cuantas veces iban o volvían. Y crear conjeturas respecto a lo que podían estar tramando. ¿Un robo? ¿Un asesinato? ¿Un hombre engañando a su mujer o viceversa? Y en esas espías se nos iban las tardes. Creo que algo de detective me quedó, no sólo porque por momentos mientras tipeo algo en la máquina que tengo ubicada justo al lado de la ventana me descubro descorriendo la cortina y mirando hacia afuera, sino porque extendí esa “espía” a otras metodologías tal vez más socialmente aceptadas. Siento que hay algo detectivesco en entrevistar a alguien: averiguar vida y obra antes del encuentro, interrogarlo durante el mismo (sin la lámpara encegueciéndolo, de ser posible), presentar los resultados (en formato de nota) a quien ordenó el trabajo en primer término; y esperar que esté satisfecho, por supuesto. O en ver cine o teatro también (sobre todo este último). Aunque se trate de una puesta que está allí para que yo la vea, de alguna manera siento que hay algo que estoy espiando. Y ni hablar de los making off. Y ni qué decir de los work in progress. Y ni que hablar ni que decir del Laboratorio Tarrío Grupo Sanguíneo. Algo netamente detectivesco (casi casi uno va con la lupa). Y mucho más el martes pasado, cuando Tarrío me abrió las puertas para una “previa insider”. Me encantan las crónicas (lo que los yanquis llaman “reportajes”) de Capote, Walsh, Mailer, Wolfe, Talese. El nuevo periodismo, en síntesis. Eso que tiene tanto que ver con la observación, con la espía, con el estar en el lugar justo en el momento indicado, absorbiéndolo todo con los seis (sí, seis, no cinco) sentidos. Hay mucho, por supuesto, en el talento de estos hombres, que les permite trasladar todo eso con maestría al papel; pero también hay algo que depende de la capacidad para meterse, estar ahí, y observar atentamente. Otra vez el detective en acción. Más allá del eterno dilema sobre cuán vergonzosa o desvergonzada soy, enfrento un primer momento de timidez para aproximarme a algo. Un no querer molestar, ni tomar el codo cuando a uno le dieron la mano. O lo que sea. Que hace que a veces mis espías (o mis primeras espías sobre un determinado objeto) sean un tanto timidonas (lo mismo me pasa, por ejemplo, cuando tengo que tomar una fotografía). Así que algo timidona fue mi previa insider, por temor a molestar. La posición que tomé ni bien llegada y que casi no conseguí abandonar me permitió ver, sobre todo, como laburaba la gente de arte, armando la escenografía. Pero también pude apreciar las pruebas de luces, al director-genio yendo y viniendo, reacomodando unas sillas, acomodando luces, hablando con todos. Y también –dato no menor- lo conocí a Abelardo. Ya no fue la voz del otro lado del walkie-talkie sino un señor que caminaba por ahí y, entre otras cosas, se deshacía de unas telas y una escalera que se interponían en el camino de lo que allí estaba por suceder. Y cuando el resto del público ingresó, entonces sí, arrancó la segunda entrega de los símbolos patrios (¡sexta entrega ya del Laboratorio!). Parecida a la primera, pero distinta. En la primera parte se cambió la idea de guía en un museo por la de la inauguración de una exhibición, y con ello se abandonó lo estrictamente teatral. La onda era mirar las obras con un vinito en la mano, alrededor de lo cual se iban formando grupúsculos que, por lo que pude espiar, no siempre hablaban de las obras. Yo no me entretuve, pero más que nada, asumo, por todo mi reciente replanteo sobre quiénsoy-conquiénsoy-paraquésoy-quiénsepareceamí, que me tenía sola un martes en un teatro, como no podía ser de otra manera. Segunda instancia: arranque espectacular. Gustavo Tarrío y Florencia Martínez en una coreo sobre una canción de Cafeta que ya había espiado y ante la cual nunca sabré cómo hubiera reaccionado sin estar sobreavisada. Sobre el final se sumaba Guadalupe Rodríguez (a cargo de la asistencia de dirección). Magnífico. Lástima el falso contacto del retroproyector, que se apagaba en los momentos menos indicados y no permitió que esa cosa fantástica se luciera como se lo tenía merecido. Y el falso contacto siguió haciendo de las suyas mientras Piroyansky una vez más demostraba que todo lo que hace lo hace bien y dibujar es una de esas cosas. El agregado de esta entrega fue invitar a uno de los asistentes a oficiar de prócer, en vivo y en directo, lo cual el elegido hizo con mucha gracia y prestancia (no cualquiera se banca ser San Martín). Luego las fotografías de infancia. Esta vez a las chicas se sumó Martín, pero la pregunta que me queda flotando desde el martes es ¿dónde están las fotos de Juan Pablo? La elección de Tarrío, de mostrarlas por la pantalla de TV a través del uso de la cámara fue una variante interesante respecto a la entrega anterior, no sólo porque permitía una mejor visualización de las imágenes sino porque, al menos a mí, me hacía recordar a Foto Bonaudi, que la llevo en el cuore. El final fue otra vez un histérico baile, pero también unas interpretaciones fantásticas de Juan Pablo y Valeria (un prócer perseguido por voces del más allá y una campesina hostigada por una cámara parecida a la de Rolando Graña), y ese discurso final que intentan dar al unísono y digo intentan porque lo más interesante está en ese intento por momentos fallido pero por momentos logrado que habla de la conexión que hay entre estas cinco deliciosas criaturas perfumadas que se merecen seguir descollando las tablas (porteñas y mundiales) de aquí a la eternidad. He dicho.
Y siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!!!!!!!!!! Pitos, matracas, serpentina, papel picado y carnaval carioca: se viene el Peronismo!!!!!!!!!!!
Por aquí: expectativas de delirios extremos.
Perón cumple, Evita dignifica, y los sanguíneos nos hacen revolcar de la risa.

Domingos

Ella estaba recostada en una cama y su sobrina en otra. Se trataba de las dos únicas mujeres que quedaban vivas en la familia. Las camas estaban separadas por un estrecho pasillo. Su sobrina, a quien llamaremos Lily, estaba enferma. A pesar de ello, se la veía jovial, y algo falsamente esperanzador se desprendía de su mirada, de sus austeras palabras, de la actitud que tomaba al incorporarse lentamente entre las sábanas. Ella, en cambio, no se dejaba engañar por ningún artilugio tranquilizador. Todo iba a salir mal, como siempre, una vez más. Cuando la nube gris se instalaba sobre su cabeza, ningún cambio meteorológico de último momento podía disiparla. Pero ella no estaba enferma. ¡Qué extraño! Cualquiera hubiera pensado que ella sería la primera en enfermarse, la próxima en hacerlo. Eso supuestamente debía ser un hospital, pero ahora que miraba mejor se daba cuenta que se trataba de su propia habitación. Si no era ella la enferma y la cama no era la de un centro médico y las paredes no eran blancas sino que estaban llenas de posters, entonces aquello no era real sino que se trataba de un sueño. Y en ese momento se despertó.
Supo que Lily estaba sana, que ella tal vez estuviera enferma, que no había un hospital que las esperara en este momento, pero que la nube gris seguía instalada sobre su cabeza y que ellas dos eran las dos únicas sobrevivientes de la familia. Entendió que sobre-vivir es un término extraño: uno sigue viviendo por “sobre” la vida del otro que se acaba, pero tampoco “vive” tan de veras, así que no está mal cambiar el término “vivir” por “sobrevivir” porque uno deja de vivir de la misma manera y entonces… Se cansó de pensar en eso. Miró el reloj. Ya eran las 9 de la mañana. De un domingo. No era necesario levantarse. Si se tratara de un día de semana, la alarma del reloj la hubiera despertado una hora y media antes, y a esa hora ya estaría predisponiéndose para tomar el tren que la llevaría a su lugar de trabajo. Pero hoy era domingo. A diferencia de tanta gente, los domingos nunca la habían deprimido. Implicaban un almuerzo familiar, fútbol internacional en la tele, lecturas, películas, extensas charlas telefónicas; un descanso ameno y tranquilo. Si ese Dios que nunca existió se había tirado a mirar el cielo un domingo, porqué no habríamos de hacerlo nosotros. No deja de ser extraño que la vorágine que nos impone el sistema capitalista no nos permita disfrutar de estar tranquilos al menos un día. El punto es que ella ya no estaba tranquila. Ni los domingos ni ninguno de los otros seis días. Muchas cosas la agitaban, como si su cabeza y su alma y su sangre y su carne estuvieran metidas adentro de una coctelera (y Tom Cruise la tuviera en sus manos, practicando para protagonizar Coctail). El agite parecía no cesar nunca y era difícil saber cuál era la cabeza y la sangre, por ejemplo, o dilucidar qué quería hacer y, una vez que eso estuviera claro, empezar a comprender qué “podía” hacer con eso que “quería”.
Ya nada era como una vez había sido, y por mucho que repitieran por ahí que las cosas cambian, que la vida no es un compartimento estanco, y que la mar en coche, ella siempre había sido reticente a los cambios. “Carencia completa de habilidad para manejarlos (de modo que resulten positivos para mí misma)”, se decía. Claro que esto no hacía que los cambios se desvanecieran. Seguían estando allí, tan presentes, tangibles y verdaderos como ese teléfono que estaba a una distancia de centímetros y que por momentos la atormentaba. No quería depender. Ni de él, ni de nadie. Se conformaba con ser feliz de a ratos, pero le costaba maniobrar los momentos en que la felicidad no se hacía presente, esos pequeños domingos que se le aparecían cualquier día, a cualquier hora, de un momento a otro, sin enviar un telegrama que anunciara su pronta llegada ni datos acerca de la extensión de su estadía. Hoy era domingo, sin lugar a dudas. Domingo en el alma, en los pensamientos, en el cuerpo, y en el calendario. Cuando se cansó de dar vueltas en la cama se levantó y se dirigió al baño. Se miró al espejo y tardó en reconocerse. Nunca se había gustado, como puede ser que nadie se guste, pero más bien cómo no debe gustarse ninguna persona convencionalmente fea. O sea, que no cumpla los requisitos mínimos para ser convencionalmente linda. O sea, esa gente que no giran para mirarla por las calles. Aunque muchas veces giraran y la miraran. El punto es que a veces, cuando estaba tan derrotada, cuando no podía encontrarse en el espejo, se veía un poco más linda; porque claro, esa persona que estaba viendo ahí, en realidad no era ella. Su reflejo le estaba mostrando alguna otra persona que ella seguía sin saber bien quién era. Hacía poco alguien le había dicho que extrañaba a esa persona que ella alguna vez había sido y que ya no era. Sin lugar a dudas, ella la extrañaba aún más. Se lavó la cara, la secó y se apartó del espejo.
Hojeó algunos libros en busca de un pasaje que funcionara como llave que la condujera, de alguna manera, hacia eso que alguna vez había sido. Intentos vanos. Ni Capote, ni Hemingway, ni Kennedy Toole (ni tan siquiera Walsh) tenían en sus manos (páginas) la llave maestra. Con los libros en las manos intentaba explicarse porqué no se sentía cómoda prácticamente en ningún lugar, con ninguna persona. Porqué sentía que no encajaba con el resto (con ningún resto). Cómo crear un lugar propio e invitar al mundo a pasar. Quién podría querer visitar un lugar creado por ella, con su angustia, su vacío, su tristeza, su estupidez, sus reparos, su aridez, su autoindulgencia. “Si yo me parara ante esa puerta, pispearía, me alarmaría, y me retiraría, sutilmente”, pensó, y abandonó la idea de convertirse en una fiesta a la que invitar gente (o más bien un bar, ella jamás sería una fiesta).
Miró el reloj. No era de arena pero lo parecía. Los minutos se le presentaban a su imaginación como enanitos que se empujaban para avanzar. Podía verlos, pitufos gruñones haciendo fuerza: uno con los pies clavados en el piso, sin querer retirarse, el otro también clavado en el piso, pero forzando el cuerpo hacia delante, con las manos pegadas al cuerpo del otro y los brazos en pinza haciendo fuerza para empujarlo al vacío y hacerlo desaparecer por siempre; un enano minuto homicida que de un instante a otro pasaría de victimario a víctima, presa del minuto que se asomaba, amenazante, detrás suyo.
Los enanos presa de una tragedia cíclica e inevitable la mantuvieron entretenida un rato pero un sonido la distrajo y los pitufos se esfumaron para siempre. Era el celular, que alguna vez había sido una mentirosa compañía y ahora era, muchas veces, una incómoda inmiscusión en lo que fuera que su vida fuera (nada, probablemente). Leyó el mensaje, como quien no quiere, y lo hizo a un lado. Pensó que quería fumar pero no tenía cigarrillos. Quiso volver a los enanitos, pero ningún esfuerzo de la imaginación pudo devolvérselos. “Si tan sólo pudiera escribir”, pero no podía. Había escrito algunas cosas recientemente, pero quería hacer más… más… más… Y la depresión del domingo (incluso los otros seis días que el calendario no da en llamar domingo) la detenía. Algo la ataba y cualquier esfuerzo terminaba resultando vano; de una u otra manera siempre se quedaba a mitad de camino. De todo, no sólo de la escritura.
La mitad de camino era su punto fuerte. Nunca podía completar un viaje entero. Se debilitaba a medio camino, víctima de alguna intoxicación por comida en mal estado ingerida en alguna estación de servicio al borde de la ruta, o algo por el estilo. Si sus experiencias fueran una road movie de hora y media, la cinta se quemaría a los 45 minutos. Lo que no sabe es si los espectadores abuchearían, tirarían enardecidos pochoclo a la cabina de proyección, se quejarían con los acomodadores, o simplemente saldrían, con cara de alivio, de la sala, listos para comer hamburguesas hechas de lombrices en el fast food más cercano. No quería pensarlo demasiado. La cinta chamuscada, por lo menos, le parecía algo bastante poético.
Le gustaría ser más que una cinta chamuscada, obvio. Querría ser alguien que tuviera algo para dar. Querría no estar seca. Querría asomarse por la ventana en este momento y gritar algo. Como Brandoni, o mejor como Samantha Mathis. Querría asomarse y no tener miedo de caer. Querría poder dejarse caer en paz, si eso fuera lo que quisiera. Querría saltar sin pensarlo dos veces, sabiéndose salvada por la inmortalidad que promete el haber vivido de veras. Querría caminar hacia la cornisa… un pie se mueve delante del otro… los pasos son reales… “me estoy acercando… ya casi… creo que estoy saltando… el aire se siente fresco y eso a lo que me acerco debe ser el suelo…”. Y entonces un ruido. Bipbip-bipbip-bipbip. El despertador. Son las 7:30. Y aunque en su cabeza, en su alma, en su sangre y en su carne sea domingo, el calendario indica que es lunes, y a las 9 el tren la espera para llevarla al trabajo.

(Yo, 25/11/2007)

jueves, 22 de noviembre de 2007

Genio en acción: martes en el Rojas o mi incapacidad para escribir con el mouse


Este es un "collage" (?) con dos fotos tomadas con la pinche cámara de mi celular el martes por la noche en el Laboratorio.

Prontito se viene la crónica, pero como adelanto van estas fotos, de uno de los momentos cumbres de esta entrega.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Incógnitas

Quisiera saber porqué cada vez que compro una película nada más que porque el protagonista es un chico lindo hay alguien que se está muriendo (en este caso, el chico lindo Adam Brody y la persona que se está muriendo -it figures- de cáncer).

No consigo develarlo.

Así como tampoco develo porqué no salgo corriendo a buscar algo, aunque no esté segura, aunque me arrepienta -si después jamás me arrepiento-; algo desconocido, amenazante, imperfecto y potencialmente dañino. Porqué no lo provoco ya mismo.

Porqué.

Cuando el tiempo se va y yo necesito algo distinto.

martes, 13 de noviembre de 2007

Oid mortales el grito sanguíneo (Laboratorio Tarrío - Grupo Sanguíneo, 5° entrega)


Soy portadora de lo que podría llamarse una tristeza estructural. Cargo sobre mis hombros un mundo de pesares (sí, parafraseo a Troy un poco). O bien there’s a shadow hanging over me (para seguir citando gente). La vida –y la muerte- no paran de abrumarme y llevo conmigo una angustia que, para mí (como para cada quien), no tiene paralelos. A pesar de ello (aunque más bien estoy segura que justamente por ello), hay cosas mínimas, ínfimas, súperpequeñitas, que me hacen feliz (pero feliz en serio: FE-LIZ). Por ejemplo, en estos últimos tiempos, aportaron dosis de felicidad extrema detalles como: descubrir un youtube de Bare haciendo una versión acústica de un tema de Grand Prix; que Nat me haya conseguido el contacto con el alguna vez tecladista de Eléctrico Caramelo, razón por la cual (y después de años de búsqueda) me hice de la discografía completa de la banda (esto quiere decir un EP y un simple), retrotrayéndome compulsivamente a esa cosa tan bella que yo doy en llamar post-adolescencia; encontrarme por sorpresa con Tatuado en la tele, sin importar que haga ya mucho más de un año y medio que la tengo en DVD; and so on. Una de estas gigantes pequeñeces que aporta semanalmente a mi felicidad es el Laboratorio Tarrío – Grupo Sanguíneo. Esas dos horas semanales en las que no logro descifrar qué es lo que me deleita más: si el revolcarme de la risa sin descanso; si el observar atentamente con la sensación de que estoy aprendiendo algo en cada detalle; si el maravillarme con el talento de los Sanguíneos; si el enceguecerme con el brillo que se desprende de Tarrío; si el sentirme, de alguna manera, como en casa. Sólo sé que salgo del Rojas con una sonrisa de oreja a oreja, o directamente envuelta en una risa, que se me queda anclada ahí por un momento que parece eterno. A veces siento que peco de cursi, que estoy lista para pergeñar alguna patética campaña publicitaria de golpe bajo, que el mundo me ve galopando en unicornios voladores (chiste para los entendidos); pero todos estos sentimientos -la sensación de momentánea completud, de saciedad, de alegría- son ciertos.
La psicóloga me dijo un montón de cosas que ya sabía (una sesión y ya entró de cabeza al blog). Que estoy atravesando un proceso de duelo y que en estos momentos lo primero que se pierde es el vínculo con lo intelectual (esto, claro, surgió de mi preocupación al respecto, porque por más que lo entiendo, no deja de preocuparme). Para colmo a mí me parece que este alejamiento parcial de lo intelectual (a lo que –espero- estoy volviendo a acercarme) esta vinculado no sólo al duelo (que es claramente lo central) sino a otro montón de cosas que se dieron simultáneamente, como el haber empezado teatro. La intención de esto último era lograr justamente un contacto entre la mente y el cuerpo, entre lo intelectual y lo sensorial, que siempre tuve muy relegado. Y creo que tal vez por ese haberlo dejado de lado durante toda una vida, ahora que apareció se plantó de lleno en el medio de todo como diciendo “acá estoy, soy yo, lo sensorial, lo sentimental, la sensibilidad, vine para quedarme”. Y ojo, me alegra, es sólo cuestión, ahora, de combinar el sense and sensibility.
Y toda esta perorata para empezar a hablar de la 5° entrega del Laboratorio. Todo comenzó aún antes de entrar a la Sala Cancha, con Tarrío diciéndome que no había escrito nada del martes pasado (¡y yo que asumo que nadie lee este blog!). Sensación: mezcla de “qué lindo que a Tarrío le ‘preocupe’ que no haya escrito nada” y “qué papelón, hice ese punteo estúpido ayer de trasnoche, y para colmo todavía le debo (me debo) lo de Súper (que viene llegando y cuando termine de llegar espero que sea digno)”. Y una convicción que se acrecentaba: “lo de este martes lo escribo esta misma noche, porque después las cosas se vuelan de mi pajarona mente como pajaritos”. Promesa tarriense: lo de hoy venía aún más prrrrrfffffff (terremoto) que lo de la semana pasada (Gustavo no dijo “prrrrrrfffffff”, pero me dieron ganas de meter una onomatopeya – son casi las dos de la mañana, no me pidan que cabecee).
Poner un pie en la sala fue “de pronto flash…”. Diagramación del espacio atípica al mango. Un centro circular de pelotitas de telgopor que se amontonaban alrededor de una escarapela gigante (semana de “símbolos patrios”, a no olvidarse). Tras la nube de telgopor, ellos (Tarrío, Sanguíneos y el resto de la troupe), sentados (¿ahí no deberíamos estar nosotros?). Respuesta: no. Nosotros parados al otro lado del círculo. Escuchando. A Tarrío que nos cuenta que vamos a estar más activos que nunca, cambiándonos de espacio en tres oportunidades. Toda historia tiene un comienzo y la del laboratorio de hoy también. En este caso, Vega, Piroyansky, Garaventa y Lois iban a interpretar a tres aspirantes a conseguir un puesto como guías en un museo. Las obras, cuya temática eran los símbolos patrios, se encontraban desplegadas a un lado del círculo telgoporense. Nosotros, público, teníamos que observarlas y, pidió Tarrío, hacer preguntas a los guías. Y en eso, de la nada, Piroyansky me pide que me aleje de una banana (que colgaba de un neumático, obra que inspiró las más lúcidas interpretaciones por parte de los guías, sobre el papel que los yuyos, las gomas y las bananas cumplen en esta patria). En esto, considerando que Binetti aún no nos ha hecho pisar más tablas que las del parquet de la sala en la que ensayamos (lo cual está muy bien, porque no estamos en condiciones de pisar siquiera las tablas del andamio de una obra en construcción – y por esto no me refiero a work in progress), se produjo mi “debut”, en el Rojas, al lado del Grupo Sanguíneo y dirigida por Gustavo Tarrío. ¡Jajaja! Esto claramente quiere decir que me limité a hacer un cometario sobre una de las obras expuestas, a metros de los Sanguíneos (esto explica el “al lado del Grupo Sanguíneo”), y esto una vez que Tarrío me dijera que me acercara a la misma para hacerlo (lo que permite comprender el “dirigida por Gustavo Tarrío”). Fue muy divertido y voy a dejar de discutirle a la gente que soy tímida: tienen razón, no soy tímida y no tengo vergüenza de nada. Entre las miles de cosas a destacar de esta primera parte, Piroyansky oficiando de guía traductor para dos turistas no es un dato menor (¡desopilante!). De acá nos movimos a otro sector, donde Tarrío hizo una apuesta ganadora: aprovechando las dotes de Piroyansky como dibujante, generó una propuesta interesantísima. Partiendo de un nombre disparador (por ejemplo, Sarmiento), Piroyansky hacía un dibujo (geniales todos ellos) del prócer en cuestión que era proyectado en una pantalla ubicada frente al público, ante la cual se iban haciendo presentes el resto de los Sanguíneos, en guardapolvo (por un instante me acordé del texto de Sarlo de los moños celestes y blancos), a contar anécdotas escolares, mientras Piroyansky seguía haciendo dibujos vinculados al relato (insisto: brillantes, como el avión que se incrustaba en las Torres Gemelas para significar 11 de septiembre, cuando en realidad Lorena hablaba de un acto por el día del maestro; o el caso de los dibujos al relato de Garaventa, que no funcionaban como representación sino como comentario). A esto se sumaron fotos y videos personales de los actores. Lo que sí, una pena que Tarrío se haya negado a participar del anecdotario. Yo, por lo menos, me quedé con las ganas de escucharlo. Última escena en un nuevo espacio (tras una nueva mudanza del público). Canto y baile en una puesta perfecta, que combinaba la labor de los actores con proyecciones y una iluminación que jugaba con las sombras proyectadas por los cuerpos.
Creo que de todas las entregas, esta fue definitivamente la más experimental (algo de eso que Tarrío auguraba desde la puerta). Apostaron a romper límites espaciales (con la redistribución del público a lo largo de la puesta, y la idea de inmiscuirlos en la escena –con lo que se rompen también límites que tienen que ver con las convenciones teatrales: vos actor en la escena, yo público en la butaca –algo de esto ya hubo el otro martes, con la participación de 2 espectadores, la hermana de Tarrío y Susana de-no-sé-qué-barrio, en la asamblea, aunque desde las gradas). Y aprovecharon como nunca hasta ahora la combinación de recursos como las proyecciones, las filminas (por esto me refiero a los dibujos de Piroyansky), las obras plásticas expuestas (me quedé sin saber cuál era la de Tarrío), el video, la fotografía y la música en vivo. Así enumerado a las apuradas tal vez puede parecer mucho, demasiado caótico, pero estos geniecitos supieron combinarlo de un modo en el que todo sumó, pero no por acumulación sino por amalgama.
Si este proyecto es una droga, creo que ha llegado el momento de dar un paso al frente y decir “Hola, mi nombre es Anabella, y soy adicta”.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Los caminos de la liberación - punteo idiota (Laboratorio Tarrío - Grupo Sanguíneo, 4° entrega)


Semana tan complicada que no llegué a hacerme ningún tipo de anotaciones sobre el Laboratorio Tarrío – Grupo Sanguíneo del martes.

Lucha de clases, 2° parte.

Sale punteo:
* Reflexiones sobre el trabajo de la semana anterior al comienzo. Garpan.

* Tarrío actuando. O más bien, no sólo actuando, sino actuando y dirigiendo desde adentro de la escena. Dirigiendo desde el personaje. Sublime. ¿Alguien me escuchó alguna vez decir que este hombre es un genio? Porque lo es. Insisto.

* Entrada en calor con autobiografía apócrifa. Es un ejercicio genial. No lo conocía. Ya se lo comenté a Binetti y López. Yo quiero jugar a eso.

* Piroyansky corriendo en culo por la Sala Cancha (espectaculaaaarrrr!!!!).

* Lorena siempre psicópata (volviendo sobre el personaje de la semana anterior).

* La hermana de Tarrío (A.K.A. te sigo de cerca, A.K.A. la que toca bocina en los peajes) colaborando desde las gradas en la asamblea, al igual que otra espectadora (Susana, no me acuerdo el barrio).

* La idea de la asamblea con un cruce interesante entre realidad y ficción.

* Aguante el winco.

Mañana tomo nota ni bien salgo.

Se vienen los símbolos patrios.

¡Al gran pueblo sanguíneo salud!

domingo, 11 de noviembre de 2007

Teatro: Heise


A continuación: dos comentarios bastante chotos sobre obras que mis profes tienen en cartel en este momento. Los pueden encontrar, junto al resto de la edición de noviembre, en http://alrededoresweb.com.ar/


Heise
Dirección: Andrés Binetti.
Actúan: Alejandra Delorenzi, Alberto Mastromauro y Juan Pascarelli.
Viernes 21:30 hs. Entradas: $ 15.
En Vera Vera Teatro, Vera 108.
Teléfono: 4854-3655.


El límite de la locura

Una vez más, un anhelo desesperante, un deseo incumplido, empuja a los personajes de Andrés Binetti al borde de la locura. La acción de Heise, su más reciente creación, se inicia en ese extremo. Un matrimonio que ya ha hecho lo imposible por tener un hijo, con el consiguiente desgaste que todos los intentos maltrechos han producido en la pareja, sigue agotando las alternativas. En ese borde (el de la demencia) cualquier solución, por disparatada que sea, parece factible. Es así como la visita del electricista puede ser el golpe que los empuje al vacío.
En esta puesta, Binetti se juega a la controversia desde el principio: la obra comienza con el protagonista mirando una película pornográfica (detalle por el cual Heise es prohibida para menores de 18 años). Y cuestiona nuevamente (como ya lo hizo en tantas otras ocasiones) cuál es el límite que, en una situación adversa, tiene el ser humano.
Más allá de lo arriesgado de la temática, lo más interesante en Heise es la utilización de un lugar tan atípico como el Vera Vera. Puertas, escaleras y pasillos de esta vieja casona son incorporados a la obra, proponiendo una espacialidad impensable en otro ámbito.
También es un acierto el uso del video, no sólo como reproductor de filmes, sino como mecanismo por el cual el espectador espía sucesos (sumamente importantes) que tienen lugar fuera de escena.
¿Hasta dónde llegaríamos por alcanzar lo que queremos? ¿Cuánto apostaríamos por conseguir aquello que nos es negado? ¿Cuál es nuestro límite? El de la fauna que surge de la psiquis de Binetti es siempre extremo. Pero sus personajes nunca se traicionan. Se mantienen siempre dentro de los límites de su desoladora locura.

Teatro: Crónicas de días enteros de noches enteras


Crónicas de días enteros de noches enteras
De Xavier Durringer
Dirección: Paula Andrea López.
Actúan: Esteban Fiocca, Gabriela Jost, Alexia Moyano, Gabriela Veritier, Rubén Sabadini, Marcial Lendzián y Pablo Sciolini.
Domingos a las 21:30 hs. Entradas: $ 15.
En Mantis Club, Pringles 753.
Teléfono: 6323-6323.

Por las noches la soledad desespera

En el inconsciente colectivo, el boliche se erige como el lugar para escaparle a la soledad. La desesperación se viste de fiesta y sale a buscar compañía, por una noche, varias noches, todas las noches. Pero el bullicio, la música y las luces, lejos de mitigar la soledad, la incrementan. Las angustias se entrecruzan en una mecánica en la que cada quien termina viendo en el otro, en mayor o menor medida, un espejo de uno mismo: los miedos, las inseguridades y, otra vez, la soledad, atacan a todos por igual. La gordita harta de hacer las más ridículas dietas envidia en la flaca y bonita nada más y nada menos que su propia incapacidad para alcanzar la felicidad. Lindos y feos, gordos y flacos, altos y bajos, nadie queda exento, todos son víctimas del mismo desamparo entre bafles y reflectores.
Paula Andrea López (dirigiendo por primera vez sola, sin la compañía de Andrés Binetti – a cargo de la iluminación) realiza una adaptación de Crónicas de días enteros de noches enteras, de Xavier Durringer, en la que apuesta tanto a sus personajes como a los actores que los encarnan. En este sentido, se destaca la labor de Gabriela Jost, en el papel de Sylvie, la más abiertamente perdedora de este clan de personajes maltrechos. Es ella quien mejor parece apropiarse de los monólogos, haciéndolos carne, volviéndose una con su personaje.
Es particularmente interesante el uso que López hace de un espacio como el Mantis, aprovechando para la puesta la barra del club y una columna, convirtiéndolos en la única escenografía. También aporta a la puesta el trabajo de luces, que colabora al pasaje de momentos impersonales (los bailes colectivos) a momentos profundamente intimistas (los monólogos en los que los personajes dan a conocer sus angustias, inquietudes y debilidades).
Si encontrarse a uno mismo es difícil, mucho más puede serlo encontrar a otro (y encontrarse en el otro). Pero es debilidad (o tenacidad) humana el nunca dejar de intentarlo.

Lecturas: Diario de Andrés Fava, de Julio Cortázar (1° entrega)


Hace ya mucho que terminé de leer Diario de Andrés Fava, de Julio Cortázar. No sé exactamente cuánto, pero casi un mes, seguro. Quedó marcado por todos lados: márgenes, subrayados, asteriscos. O la idea de la muerte ronda el libro inextricablemente o yo estoy obsesionada con el tema a niveles alarmantes. Un viernes por la mañana lo estaba leyendo en un bar. Había tocado Bare la noche anterior, me había quedado a dormir en lo de una amiga. Ella entra al trabajo mucho antes que yo, así que allí estaba haciendo tiempo (el tiempo me hace a mí), leyendo. Y de repente, ¡zas!, en el libro muere un perro. Y me puse a llorar. En el bar. Porque mi casa, el cine, el teatro y el tren ya no me son lugares suficientes.

“Cuando no se es un intelectual, la inconsistencia y la pobreza de las ideas hace temer que todo lo escrito (salvo un poema, quizás un cuento) resulte inútil y ridículo. Ideas, es decir establecimiento de relaciones, cabezas de puente, puentes. Rodeado de libros, me inclino sobre una flor que dejaron en mi mesa. Su ciega pupila translúcida me mira; creo que si de verdad me mirara no me vería”.

“Si hubiera vivido bien, si hubiera muerto bien, si esto por donde me muevo fuera sólido y no la jalea autocompasiva que me encanta comer, entonces sí; entonces poner en palabras las cosas que quedaban por decir, las espumitas, los surplus de guerra”.

“La función incalculable de ciertos libros en una vida todavía porosa, atenta, expectante”.

“Ciertas caricias, la extremidad apenas material de un dedo rozando la nuca, donde vive la especie más dulce de cosquilla”.

“Es oscuro y no sé decirlo: sentir que mi vida y yo somos dos cosas, y que si fuera posible quitarse la vida como la chaqueta, colgarla por un rato de una silla, cabría saltar planos, escapar a la proyección uniforme y continua. Después ponérsela de nuevo o buscarse otra. Es tan aburrido que sólo tengamos una vida, o que la vida tenga una sola manera de suceder. Por más que se la llene de sucesos, se la embellezca con un destino bien proyectado y cumplido, el molde es uno: quince años, veinticinco, cuarenta – la galería. Llevamos la vida como los ojos, puesta de modo tal que nos conforma; los ojos ven el futuro del espacio, como la vida es siempre la delantera del tiempo.”

“… el hombre es la suma de su inventario.”

“… y una noche en que sufría, frente a un ventanal abierto, tuve la caricia de una mano que vino por la sombra, sin que me fuera dado quién de los que me acompañaban se unió tan puramente a mi dolor. Tuve – (cuánto mejor esta constancia que todos los pajeros: “No tuve…”)”.

“Más sobre el supuesto ‘sufrimiento’ del escritor. Si en verdad tienes que sufrir, que no sea por lo que escribes sino por cómo”.

“Lo que me convendría estudiar es si cuando creo haber encontrado el buen camino, lo que ocurre es que he perdido todos los demás”.

“La idiotez de decir: ‘Dispongo de poco tiempo’, cuando es el tiempo el que dispone poco o mucho de ti”.


“Nada vuelve como era”.

“¿Pero puedo ser bueno si me voy a morir? La certeza de la muerte, ¿no desmiente, no deshace toda moral? Ser bueno es siempre olvidarse de algo, creer que la fiesta va a durar”.

“Se dice: ‘Heifetz hace lo que quiere con su violín’. ¿No será el violín el que hace lo que quiere con Heifetz?”

“… (pero torpe significa siempre disponibilidad, kilómetro cero de innúmeros caminos; ser torpe es ser libre)…”

“… aplauso, gesto consistente en golpear las manos para ver si se atrapa en ella el no sé qué provocador del entusiasmo”.

“Terrible país de los sueños, donde la ley es un calidoscopio. Toda una noche me habita el rostro, el cuerpo, la ternura de alguien a quien quiero, a quien encuentro en la calle o tanto sitio de común aprecio. También retorna en el sueño siguiente; durante semanas gobierna mi dormir con la misma fría petulancia de su vida.
Luego cesa. He pensado tantas veces su imagen mientras andaba por la calle, al entrar a un café, frente a poemas que un día nos gustaron a ambos. Toco con estas manos una misma región diurna; nada cambia en esta celebración continua de un desaliento. Pero entonces, bruscamente, falta. Sueño una noche entera episodios prodigiosos donde su presencia sería necesaria, hasta forzosa. No está. Aun soñando me doy cuenta. Sé al despertar que por semanas no volveré a ver su imagen; el calidoscopio ha dado una pequeña vuelta, y otras leyes rigen este mundo en el que sólo persiste un elemento común: mi ojo que mira, que mira”.

“Me asombra advertir que mi mejor amigo me quiere en el fondo sin saber por qué; por lo irracional del cariño, y por los fragmentos personales que le confío”.

“Sólo duele verificar, en plena compañía, tanta isla insalvable”.

“Delante de algunas gentes hay que hacerse el idiota para que no lo tomen a uno por idiota”.

“Sólo una cosa es necesaria: todo”

“…cómo el convertirse en un escritor (doy a la palabra todo su sentido humano) es menos escribir ciertas cosas que resignarse y decidirse a no escribir muchas otras”.

*** CONTINUARÁ ***

sábado, 10 de noviembre de 2007

LO AAAAAMOOOOOO!!!!!!!

avísenle

domingo, 4 de noviembre de 2007

Infamous: Capote de pies a cabeza


Finalmente vi Infamous. Hace mucho que no veo Capote pero, desde la distancia, Infamous me gustó más. De Capote me había encantado el respeto a la bio de Gerald Clarke. Infamous se basó en la inconseguible de George Plimpton y tal vez allí resida la diferencia, o quizás tenga que ver sólo con la búsqueda del director.
Hay más color, más ironía, más wittyness (de esa que Truman desplegaba todo el tiempo), un acertadísimo vestuario; todas estas, cosas que colaboran a un mayor despliegue del papel que Capote jugaba dentro de la “sociedad” y el jet set de aquellos tiempos. Esto “aligera” la película, dando una imagen más certera de un personaje-persona tan multifacético como Truman Capote.
Los cambios en mí misma me sorprenden (cada día más). En otro momento hubiera puesto el grito en el cielo por ese Perry alto y de tez blanca (¡el nuevo James Bond, por el amor de dios!). Pero hoy puedo pasar totalmente por alto esas cosas que antes me hubieran alterado (y llevado a odiar la película y putear a su director) para quedarme enganchada con cuestiones más sensibles, como la ambivalencia de Truman (mucho más explícita que en Capote), la relación entre él y Perry (llevada a los límites más extremos –la escena del beso me puso los pelos de punta, en el buen sentido-), el nivel de identificación (creo que nunca antes registrada) con Capote (por el modo en que los golpes de la vida moldean el carácter, y no por el talento, claramente –yo no tengo látigo con el que autoflagelarme).
O soy yo la que estoy sumamente sensible o la apuesta de esta peli a la sensibilidad es destacable (justamente por ser digna, poética, y no melodramática –en el mal sentido del recurso al golpe bajo).

Frases de identificación extrema:

“People always mentions his effervescense, but one must remember that at the center of any bright flame there’s always that little touch of blue” (Nelle Harper Lee, sobre Truman)

“I’ll tell you what punishment is for me. Is hoping there’s someone for you and after years of no one you find him and you can’t have him” (Perry Smith a Truman)

La revolución es un sueño eterno (Laboratorio Tarrío-Grupo Sanguíneo, 3° entrega: La lucha de clases -primera parte-)


Martes: arrancó la lucha de clases. Por alguna razón me imaginaba que el conflicto iba a venir muy peronista (porque estoy esperando los martes del peronismo ansiosamente, supongo) y no anduvo por ahí. Fue una lucha tenue, cotidiana. De la señora de clase media y la mucama, de la clase acomodada y la media venida a menos y que pretende más. En un momento fue, incluso, lucha de géneros y de intergéneros. Pero, por sobre todas las cosas, fue la lucha (que nunca es lucha sino suma, conexión, apuesta al trabajo en conjunto) entre el talento y la imaginación de los Sanguíneos. Garaventa me hizo explotar a carcajadas como vecino cheto en bata, tía ricachona (¡lo más más!) y plomero corto de carácter. Piroyansky alcanzó el súmmum metiéndose bajo la piel de un epiléptico gay malcriado, con un monólogo final sin desperdicios. Lorena supo ser sirvienta convertida en líder de un ejército rebelde (así como mucama zurda y lesbiana) y Valeria señora amenazada por la plebe y lesbiana revolucionaria (que termina haciéndole el service a la empleada interpretada por Lorena). Hilarante.
Como plus, Tarrío haciendo mención a “Casa tomada” como inspiración para la primera escena (y es que la “muchacha” poco a poco los iba echando de la casa) fue un flechazo al corazón.
La propuesta supo sorprender una vez más, sin repetir la mecánica de ninguno de los dos martes anteriores, sino ubicándose en algún lugar en el medio. Sobre el principio Tarrío explicó que iba a haber una desigualdad inicial en el conocimiento: ellos iban a saber cosas que nosotros no. A diferencia del último martes volvía a haber pautas establecidas en cuanto a escenografía y vestuario, pero se mantenía una mayor libertad y espontaneidad en el devenir de los personajes y la historia.
Rescato sobre todo una imagen de lo más poética que me reservo para mí y no sé si alguien más habrá contemplado, pero era de una composición sumamente hermosa.
Para este martes prometen revolución, porque parece que este los dejó oprimidos.
¡Hasta la victoria siempre!

viernes, 2 de noviembre de 2007

La felicidad es esto: Bare, Aprender a respirar (en vivo)



No sé bien cómo encontré esto, pero me paseaba por el youtube y de repente me apareció en la pantalla. Pensé que era una perla viejísima, una cosa loquísima, y en realidad se trata de un show de este año. Claro, julio, convengamos que yo no estaba para nada. Así que me puteé apenas por habérmelo perdido, ya que las razones eran justas (igual me sigo puteando, porque es genial!).

Me encantó. Estoy contenta. Otra pequeñez que me hace feliz. Voy a irme cantando hasta mi casa. Con una sonrisa.

Lo quiero en mi mp3, a cualquier costo.