miércoles, 23 de enero de 2008

Crónicas montevideanas 1

Sin códigos

Tigre no queda tan lejos cuando te llevan en auto. Poco importa que hayas tenido que levantarte a las 5 menos cuarto. Sabés que en unas horas vas a estar al otro lado del charco. La Cacciola se porta bien y no se agita frenéticamente, como las malas lenguas habían augurado. A poco de iniciar el viaje se vuelven cada vez más vagas las imágenes de Leito DiCaprio colgado de una puerta flotante del Titanic. Unos cuantos minutos antes de lo previsto, la embarcación arriba a la costa de Carmelo. El primer micro con destino a Montevideo está por partir y nosotros en la fila, cuando anuncian que hay dos lugares libres. A puro grito, corrida y agite de brazo nos subimos. Qué alegría, llegaremos unos minutos antes. ¡Qué buen servicio el de la Cacciola, conchisumadre! En mi mp3 comienza un tema de Eléctrico Caramelo y de pronto ¡plaf! el micro se detiene. No va más, la vida nos separa. El chofer llama a la Terminal, pero no tienen bondi para mandarle. Bajamos y armamos fila, porque el conductor jura y perjura que en Uruguay existen “códigos de ruta”, por los cuales cualquier micro de cualquier empresa va a ir levantando pasajeros, sacándonos de ese desierto de vacas y cemento en el que el calor abrasaba y las alucinaciones estaban a la orden del día. Pero parece que los choferes uruguayos a los códigos se los pasan por el culo, porque cada micro que paraba respondía con una negativa. Subieron a unos pocos hasta que finalmente cayó un micro de la empresa prácticamente vacío en el que nos sentamos (aunque durante el trayecto subía gente con pasaje que reclamaba su lugar, como le sucedió a Lucho). Trajín va, trajín viene, al menos Movistar no me dejó sola y disfruté de su amplísima señal de allí en adelante. Llegamos a la Terminal de Tres Cruces con media hora de retraso (¿Usted se pregunta si la Cacciola se hizo cargo de algo? No, por supuesto) y allí nos esperaba el uruguayo. Un taxi nos aprontó al Arapey, que por 20 dólares la noche resultó un oasis. Era domingo y todo estaba cerrado. Dimos una vueltita por la rambla, pusimos un pie en la playa y fuimos a comer unas pizzetas, aprendiendo que la pizza es pizza cancha y sólo trae queso la muzzarella. Ya más temprano nos habían presentado a Pilsen, un intenso amor de verano que, en mi caso, me llevaría a una sala de emergencias (pero esto será más adelante, manejo la expectativa como si se tratara de un folletín).
Y así fue más o menos el desembarco en la vecina orilla.


En la Cacciola se me vuela la peluca.

Varados.

Encuentro un stencil de un Noel que quiere ser Liam o un Liam que quiere ser Noel en un rincón de Pocitos (hacer caso omiso a mis lentes).

Y conozco la cinemateca de Pocitos, comenzando mi raid Rebella-Stollensiano.

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