sábado, 26 de enero de 2008

Crónicas montevideanas 2

El bar cultural que resultó puterío

El segundo día en Montevideo fue melancólico, simpático, tenso, gracioso. Mi primer desayuno fue, como no podía ser de otro modo, en el Café Brasilero, reducto al que concurre una larga lista de escritores entre los que se encuentra, claramente, el Sr. Mario Benedetti. Derechito por Uruguay (la calle del hotel) hasta Ituzaingó, un breve giro a la izquierda, y allí estaba, como en las fotos, tal vez más pequeño. Había leído sobre las disputas por el lugar al lado de la ventana, la mesa de Benedetti, pero eran casi las 11 de la mañana y el bar estaba vacío. El sol que entraba por la ventana y la altísima temperatura de aquel lunes hicieron que repensáramos la ubicación, y nos sentamos en otra mesa, cercana a aquella. Pedí un cortado Brasilero, que resultó ser el café más delicioso que saboreé en mi vida (no me gustan los cafés de bares, se me hacen siempre muy fuertes, pero los de Montevideo son fantásticos). Escrutinio a las paredes. Y nada. Ni una foto de Benedetti. Dos de Galeano, eso sí. Incluso una en el dichoso asiento. Pienso “guau, finalmente estoy acá”. Pienso “qué lindo lugar para hacer entrevistas”. Esto último lo expreso en voz alta y Lucho dictamina que la acústica del bar no parece muy buena. Como si yo estuviera pensando en la acústica. Antes de partir me tomo una foto que intenta emular a la de Benedetti, y que lo consigue en gran medida. Partimos a dar una vuelta por Ciudad Vieja, y en el Mercado del Puerto a Lucho se le rompe una ojota, tras lo cual iniciamos una búsqueda infructuosa por unas nuevas hawaianas. Una disquería me sorprende con el vinilo doble de Simon & Garfunkel live in Central Park (más tarde, por la peatonal, pegaría un grito al ver en un puesto callejero el bendito Bookends. Sólo una vez llegada a B.A., en casa, al ponerlo en el equipo, me daría cuenta que el LP que contenía la caja era el de Sounds of silence. Tanta emoción al pedo). También aprovecho para comprar un Yellow Submarine. En otro negocio compraría finalmente el libro de Whisky (viviendo a Rebella y Stoll en casa esquina). Más tarde Fede nos haría bordear la rambla en un camino interminable hasta la otra punta de Montevideo, bajo un sol que rajaba la tierra. Cada vez que lo llamábamos faltaba un poquitito más. Para cuando llegamos a destino ya no era horario de playa, y aprovechamos para seguir con mi lista de bares. Uno llamado La Giraldita prometía mucho, y no estaba demasiado lejos. Según el libro se trataba de un bar-almacén, y las fotos dictaminaban que era un verdadero bar de viejos con costado cultural. Es más, es el bar que ilustra la tapa de mi didáctico libro sobre bares montevideanos. Nos paramos en la puerta. Se trata, sin dudas, de un bar de borrachos. Entramos. A Analía, la novia de Fede, se le ocurre ir al baño. Claramente no es un lugar para ir al baño. La pregunta por su ubicación hace que el ¿mozo? entre en pánico. Es obvio que lo metimos en un problema. Dice que sólo hay baño de hombres, que mejor no pasar, que va a ver, que es peligroso (yo sola escucho lo del peligro). Vuelve, aún preocupado, y se lleva a Ana tras una puerta que dice “prohibido pasar”. Me levanto como un resorte y digo “mejor la acompaño”, corriendo tras la bendita puerta. El sujeto me dice “no te preocupes que no le voy a hacer nada”, ante lo que balbuceo un “yo también tenía ganas de venir al baño”. Estamos en la trastienda de La Giraldita, algo que parece un departamento, probablemente del dueño. El baño tiene un olor tan indefinible como insufrible, pero hay algo emocionante en conocer el “backstage” del barsucho. Cuando salimos veo en Fede una cara que nunca había visto. El fulano les había contado el porqué del quilombo para ir al baño. Ese era un “bar de hombres”, y por bar de hombres no se refería a bar de borrachos. Parece que quien quisiera podía llevarse a alguien para el fondo. Parece que si nos veían ahí atrás podían llegar a querer hacer usufructo de nuestros servicios. En fin, parece que La Giraldita no sólo era bar-almacén, sino bar-almacén-puterío, algo que mi libro no nos había avisado. Habíamos pedido una picada y una cerveza. Jamás nos habían querido decir cuánto salía. Pensamos que seguro pensaban que éramos flores de turistas. No paraba de repetirles a Fede y a Ana que hablaran bien uruguayos. Estábamos seguros de que iban a cobrarnos cualquier cosa. Fede dijo que más de 175 por eso no pagaba. Y, como si lo hubieran escuchado, cuando pedimos la cuenta eran 175. Se había forjado, sin lugar a dudas, la anécdota del verano (que ahora no supe contar muy bien, pero que claramente superaba a la de la ojota, que era lo mejor que teníamos hasta el momento). El sentimiento de culpa (basta de creer en los libros, mujer!) me hizo invitarlos una cerveza en el bar de la esquina de lo de Fede. No había manera de hacer que el tema de conversación saliera de La Giraldita. Incluso mientras comprábamos una improvisada cena en un súper y esperábamos el bondi que habría de llevarnos de regreso al hotel.



Café Brasilero.

Otro ángulo del Brasilero, cuando llegó un nuevo cliente.

La foto que emula a la de Benedetti. La mesa, la silla, la ventana...

Mi libro de Whisky (se rumorea por ahí que Stoll, Gerardito, Dardo y compañía pidieron órdenes de restricción).

A contraluz. Esa sombra soy yo a mitad de camino por la rambla. ¡Qué estado físico! ¡jou jou jou!

*Llamado a la solidaridad: las fotos de La Giraldita están en la cámara de Lucho.

viernes, 25 de enero de 2008

Idea Idea Idea

Creo que no voy a volver a escribir, no voy a volver a hablar, no voy a volver a tratar de explicar nada. De ahora en más usaré para todo palabras de Idea Vilariño, que es capaz de explicarme mejor que yo misma.
Nunca que había pasado una cosa así. Un grado tan pero tan extremo de identificación, de reflejo, de "por dios, nos pasa LO MISMO!!!".
No puedo ni expresar la sensación que me causa leer (devorar) simultáneamente Idea Vilariño: la vida escrita y Poesía completa. Quiero llorar, de la tristeza y de la incapacidad de asimilar tanta belleza, del dolor profundo que me infringen sus versos, de las heridas abiertas que se abren aún más con cada una de sus palabras y que a la vez encuentran cobijo debajo de ellas. Perder la noción... ¿es ella? ¿soy yo? ¿quién está hablando? Si su dolor es el mío y mi dolor es el suyo no estamos tan solas. Aunque ahora también me duele el doble: no sólo por mí, sino también por ella.
La madre se murió cuando tenía 20 años. El padre cuando tenía 24. El hermano cuando tenía 25. Esto lo acabo de leer y dije "claro...".
Y entendí todo y me sentí de vuelta, una vez más, gracias a ella, menos extraterrestre.
Este blog dejará de llamarse bruises that wont heal y pasará a llamarse Idea Vilariño, que es más o menos lo mismo, esas heridas que no se curarán nunca.

Oye,
te hablo a duras penas,
con la voz destrozada.
Hace frío, estoy vieja
y nada vale nada.

Yo tenía un rosal lleno de rosas
y un vaso de miel clara
pero pensé pensé pensé,
y no me queda nada.

Yo me hundía en los días hondos, cálidos,
en mi alma perfumada,
en las noches absurdas y serenas.
Hoy me hundo en la nada.

Yo era tanto, tan bien, tan plenamente,
tan armoniosamente modelada,
y me deshice en piezas sin sentido
y casi no soy nada.

Ya no soy yo ni nadie.
Estoy deshecha, muerta,
no soy nada.
Pensé pensé pensé
y hoy ya no queda
más que esta pobre cosa destrozada.

Idea Vilariño (1941)

jueves, 24 de enero de 2008

Me siento mal. Una espesa melancolía cubre cada poro de mi cuerpo, y la angustia que intenta escaparse por ellos queda apresada en mí. Quiero cosas imposibles, no sé manejarme, no reacciono, no entiendo, no me conformo, no me normalizo, no aprendo a vivir, no me resigno a morir. Todo me sale mal, nada es como desearía, todo está al revés, las cosas que me hacen feliz se desintegran a mi alrededor. Ya nada tiene sentido. Todo cambia y quiero que todo deje de cambiar ahora mismo.

(...)

Nube gris. Sin sol. Sin canciones. No sé qué hacer para sentirme bien.

Ya no - Idea Vilariño

Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber
por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.

* ¿Cómo hice para vivir tantos años sin las palabras de esta mujer?

Dónde - Idea Vilariño

Atardecer en la Cacciola.

Dónde el sueño cumplido

y dónde el loco amor

que todos

o que algunos

siempre

tras la serena máscara

pedimos de rodillas.

Idea

No puedo parar de leerla.

De una entrevista realizada por Mario Benedetti y publicada en Marcha el 29 de octubre de 1971:

- Ya sé que a todos nos importan el amor y la muerte. Pero en su obra aparecen a veces como obsesiones ante una inclemente perspectiva, como condenas a cumplir. ¿Es realmente así?

- No, no es así. No son obsesiones sino certezas. Y ¿no será la actitud más lúcida, más sana, saber, tener presente que la vida, que el amor se acaban? Ver a los otros y a uno mismo caminando a la muerte, vivir el amor a término, tal vez hagan el amor y la vida más terribles y amargos pero, tal vez, también, más intensos, más hondos. Digo.

miércoles, 23 de enero de 2008

Sigo tomando nota.
Idea dice: "Tal vez la dicha no se escribe".
Estoy sensible y ya la amo.

No sé quien soy

Estoy mal. Estoy rara. Muy rara. Me oprime una angustia espantosa que sé de dónde viene y al mismo tiempo no sé. Y justo me pongo a leer los libros de Idea Vilariño que compré en Montevideo. Estaba tratando de explicar algo, en el momento exacto en el que Idea, con la más certera precisión, lo explicó por mí.

No sé quien soy.
Mi nombre
ya no me dice nada.
No sé qué estoy haciendo.
Nada tiene que ver ya más
con nada.
Tampoco yo
tengo que ver con nada.
Digo yo
por decirlo de algún modo.

Idea Vilariño.

Crónicas montevideanas 1

Sin códigos

Tigre no queda tan lejos cuando te llevan en auto. Poco importa que hayas tenido que levantarte a las 5 menos cuarto. Sabés que en unas horas vas a estar al otro lado del charco. La Cacciola se porta bien y no se agita frenéticamente, como las malas lenguas habían augurado. A poco de iniciar el viaje se vuelven cada vez más vagas las imágenes de Leito DiCaprio colgado de una puerta flotante del Titanic. Unos cuantos minutos antes de lo previsto, la embarcación arriba a la costa de Carmelo. El primer micro con destino a Montevideo está por partir y nosotros en la fila, cuando anuncian que hay dos lugares libres. A puro grito, corrida y agite de brazo nos subimos. Qué alegría, llegaremos unos minutos antes. ¡Qué buen servicio el de la Cacciola, conchisumadre! En mi mp3 comienza un tema de Eléctrico Caramelo y de pronto ¡plaf! el micro se detiene. No va más, la vida nos separa. El chofer llama a la Terminal, pero no tienen bondi para mandarle. Bajamos y armamos fila, porque el conductor jura y perjura que en Uruguay existen “códigos de ruta”, por los cuales cualquier micro de cualquier empresa va a ir levantando pasajeros, sacándonos de ese desierto de vacas y cemento en el que el calor abrasaba y las alucinaciones estaban a la orden del día. Pero parece que los choferes uruguayos a los códigos se los pasan por el culo, porque cada micro que paraba respondía con una negativa. Subieron a unos pocos hasta que finalmente cayó un micro de la empresa prácticamente vacío en el que nos sentamos (aunque durante el trayecto subía gente con pasaje que reclamaba su lugar, como le sucedió a Lucho). Trajín va, trajín viene, al menos Movistar no me dejó sola y disfruté de su amplísima señal de allí en adelante. Llegamos a la Terminal de Tres Cruces con media hora de retraso (¿Usted se pregunta si la Cacciola se hizo cargo de algo? No, por supuesto) y allí nos esperaba el uruguayo. Un taxi nos aprontó al Arapey, que por 20 dólares la noche resultó un oasis. Era domingo y todo estaba cerrado. Dimos una vueltita por la rambla, pusimos un pie en la playa y fuimos a comer unas pizzetas, aprendiendo que la pizza es pizza cancha y sólo trae queso la muzzarella. Ya más temprano nos habían presentado a Pilsen, un intenso amor de verano que, en mi caso, me llevaría a una sala de emergencias (pero esto será más adelante, manejo la expectativa como si se tratara de un folletín).
Y así fue más o menos el desembarco en la vecina orilla.


En la Cacciola se me vuela la peluca.

Varados.

Encuentro un stencil de un Noel que quiere ser Liam o un Liam que quiere ser Noel en un rincón de Pocitos (hacer caso omiso a mis lentes).

Y conozco la cinemateca de Pocitos, comenzando mi raid Rebella-Stollensiano.

La culpa es de uno - Mario Benedetti


Quizá fue una hecatombe de esperanzas
un derrumbe de algún modo previsto
ah pero mi tristeza sólo tuvo un sentido

todas mis intuiciones se asomaron
para verme sufrir
y por cierto me vieron

hasta aquí había hecho y rehecho
mis trayectos contigo
hasta aquí había apostado
a inventar la verdad
pero vos encontraste la manera
una manera tierna
y a la vez implacable
de desahuciar mi amor

con un solo pronóstico lo quitaste
de los suburbios de tu vida posible
lo envolviste en nostalgias
lo cargaste por cuadras y cuadras
y despacito
sin que el aire nocturno lo advirtiera
ahí nomás lo dejaste
a solas con su suerte
que no es mucha

creo que tenés razón
la culpa es de uno cuando no enamora
y no de los pretextos
ni del tiempo

hace mucho muchísimo
que yo no me enfrentaba
como anoche al espejo
y fue implacable como vos
mas no fue tierno

ahora estoy solo
francamente
solo

siempre cuesta un poquito
empezar a sentirse desgraciado

antes de regresar
a mis lóbregos cuarteles de invierno

con los ojos bien secos
por si acaso

miro como te vas adentrando en la niebla
y empiezo a recordarte.
* Foto: plaza montevideana, a poco del regreso, en una escapada solitaria, durante un permiso melancólico. Sentarse en las plazas y ver a parejas de viejitos. Pensar qué está mal en mí, qué estoy haciendo mal, dónde está el problema. La culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo, la culpa no es del otro ni de los otros. La culpa es de querer algo imposible, de hartarse de lo que a uno lo rodea. La culpa es de extrañar lo que no se tiene. La culpa es de la nostalgia de lo que no se tuvo. "Antiguas cicatrices de lo que no fuimos" (ay, Bare). La culpa es mía por no poder cambiar la mirada, por no entender cómo se cambia. La culpa es mía por no buscarte y encontrarte de cuando en cuando. La culpa es mía porque nunca sos posible o porque no sé cómo volverte posible.

viernes, 18 de enero de 2008

En Montevideo estoy...

...Y estos son los primeros 10 minutos que le dedico a Internet.

Y como no pienso dedicarle más me remito a decir que el viaje está plagado de anécdotas únicas.

Dos adelantos:

* un bar que resultó un puterío.

* la sala de emergencias de un hospital.

La seguimos a la vuelta...

... si vuelvo viva...

sábado, 12 de enero de 2008

Finalmente...

Tras los años de espera, en horas parto hacia Montevideo.
Mis amigas están muy emotivas. Sam con su post y Marianita diciéndome "ai no estas super emocionada? nerviosa? ansiosa? el viaje que tanto esperaste esta a horas!!!".
Las amo. Por soportarme. Y por entenderme.
Me llevo mi libro de bares de Montevideo.
Me va a dar una úlcera de las toneladas de café que se vienen.
Y no voy a poder cargar los libros que se vendrán.
Y demasiado sueño para seguir.

jueves, 10 de enero de 2008

Head over feet

Me gusta. Mucho. Hacía añares que no me gustaba alguien de esta manera.
Me hace feliz saber que todavía puedo sentir esto. Y saber que algo así existe.
Me derrumba saber que no puedo tenerlo.

martes, 8 de enero de 2008

Montevideano

Anteayer me llegó como un susurro apagado y lejano (la televisión estaba encendida en alguna otra habitación de la casa) que a un escritor le había pasado algo. O eso creí escuchar. Y entonces me atacó la certeza de que ahora que yo finalmente viajaba a Montevideo (15 años después) algo iba a pasarle a él.

Hoy cuando vuelvo a mi casa, no termino de cruzar la puerta y mi papá me avisa que está internado. Dije "lo sabía". No es nada grave, una deshidratación que le pasa a cualquiera, sobre todo e incluso a un hombre de su edad, que sobrevivió infinitas batallas.

Lo conocí a los 13, cuando compré Inventario. La anécdota del porqué es bien bizarra. El Chino (Jugate conmigo) leía, sentado en un asiento escolar el libraco bordó. Yo recién empezaba con la literatura "para adultos". Hacía muy poco tiempo mi mamá me había regalado 20 poemas de amor y una canción desesperada (que fue, de hecho, mi primer libro de adultos). Terminó el programa y fuimos a comprarlo. Me enamoré de todo. Me enamoré aún más de Corazón coraza y hoy no termino de darme cuenta porqué, como si perfilara algo. Poco a poco mi biblioteca fue llenándose de esas ediciones bordó de Seix Barral. La borra del café fue mi novela favorita durante años. Con Vero compartíamos infinidad de guiños referidos a él ("vinieron los de Galarza" o nuestra banda que iba a llamarse "las tres y diez"). Tras una larga cola lo conocimos en la feria del libro. A mí me temblaban las rodillas mientras extendía mis ya un tanto ajados libros para que los firmara. No pude hablar. Mi mamá le dijo que yo pensaba que era un genio (y es una pena que mi mamá no haya conocido a Tarrío). Él dijo que no lo era. Pero mi mamá fue categórica "para ella sí lo es". Y a eso no había con qué discutirle.

Mi mamá siempre me preparó para todos los finales que nunca sucedieron, para todas las despedidas que aún no viví. Me decía que él estaba grande, que podía pasarle algo. Esperábamos cada nuevo libro como si fuera el último. Salíamos corriendo a comprarlo.

El domingo finalmente voy a conocer Montevideo. Él está internado (dicen que nada grave, fuera de peligro - claro que tampoco me va a dar una entrevista en la sala de cuidados intensivos). Ella ya no está y va a ser raro, agridulce, trunco (como todo en la vida desde hace 5 años) bajar del barco.

Pero al fin y al cabo, qué digo. Él y ella van a estar conmigo cuando baje del barco. Como están conmigo cuando me cepillo los dientos o mientras escribo esto sentada frente a la pantalla.

domingo, 6 de enero de 2008

Idiosincrasia

Hoy llamé al Hotel Palacio, de Montevideo, para averiguar la disponibilidad de habitaciones y precios.

Me atiende una señora.

Le explico la fecha para la que estaría llegando.

- ¿Una habitación para vos sola?

- No, una doble.

- Matrimonial...

- No, camas separadas.

- Ah, son dos chicas.

- No, una chica y un chico.

Breve pausa. Noto cierta confusión en su silencio. Pero más convencida, al rato, agrega:

- Matrimonial entonces.

Esta mujer no entendió nada.

- No, somos dos amigos que viajamos juntos.

Pausa más extensa.

Creo que la mujer todavía está tratando de terminar de comprender el planteo.

Lola Lolola Lola


Terminé de leer Lolita, de Nabokov.
Uno de los mejores libros que leí en mi vida.
Y Humbert Humbert, uno de los más inolvidables personajes de la literatura mundial (le pisa los talones a seres de la talla de Ignatius Reilly o Holden Caulfield).

jueves, 3 de enero de 2008

Callar

Mi amiga tiene razón.
Tengo que dejar de hablar.

Tengo que dejar de contar.

Tengo que dejar de preguntar.

Tengo que cerrar el pico.

Y hacer la mía.

Chau chau adiós.
(Mientras buscaba la imagen de una boca cerrada me encontré con esta imagen de Milo, mejor imposible)

martes, 1 de enero de 2008

Cumpleaños 2007

Con el posteo anterior caí en la cuenta de que, debido a que mi cumpleaños tuvo lugar el 19 de septiembre y fue festejado el 22 mientras que este blog vió la vida el 30 del mismo mes, no había subido ninguna foto de dicha ocasión. Y me parece que merece la pena que al menos algunitas de las mismas -varias repartidas en cámaras diversas, algunas de las cuales ni siquiera logré recuperar- estén aquí en mi diario.
El maratónico festejo comenzó el mismo 19 a las 12 de la noche (OK, ya era 20), viendo Súper (en realidad comenzó el 19 en el laburo y después en la clase de teatro). Y continuó el 22: a las 17 con el Nahue viendo Familia Lugones en el Malba (anécdota: él llegaba tarde, intenté retirar las entradas pero me decían que no las habían anotado; llega y siguen sin encontrarlo pero con cara de "qué se le va a hacer" dicen "pero aunque no estés anotado TENGO que darte las entradas"... "porque te estoy viendo en el afiche de la película", creo que completó por lo bajo). Después heladete y más tarde Los padres terribles (regalo del Nahue, puro amor), donde se nos sumó el resto de la troupe. Post función nos retiramos a la tranquilidad del New Duncan, donde se fueron sumando algunas personas más a lo largo de la velada.
Y, aquí, el registro fotográfico (estoy total, absoluta y completamente obsesionada con las fotografías: nuevas, viejas, mías, de otros).

Batty y Marianita SON borrachas. Y esa era la última Imperial que quedaba en el New Duncan.

Con Mer. Pensar que nos conocimos en la puerta de Ave Porco (hoy Eki)... ¡Qué viejas que estamos!

Con Sam. Con la mano que queda fuera de cuadro yo comenzaba a escribir la carta: "Sr. Cirujano, necesito que me haga como Audrey Hepburn...".

La cara de psicópata que tengo en esa foto, no tiene precio.

Y hablando de caras... (no, no estaba drogada; sí, esto está resultando un auto-quemo)

Parte de la mesa inmortalizada por... ¿la Campy?

La mesa con zoom. La Imperial, en el centro, invitada de honor.

La Campy y Mercedes apenas si se conocen, pero parece que disfrutan de su mutua compañía.

El abrazo no partido del reencuentro Vero-Marianita (Mariano atestiguando el momento)

Con Vero y Mariano (atesoro nuestra valiosa charla sobre Córdoba, Corrientes y Pueyrredón personificados en mostaza, ketchup y mayonesa... una calle ya fue descartada, la otra estamos pensando en caminarla y a Corrientes lo llevaré en el cuore forever)

Plano explicativo de la mayonesa y la mostaza. Mariano se pregunta cuándo, cómo y, sobre todo, porqué, la vida lo cruzó conmigo.

Con el Nahue.

Autorretrato: el Nahue por el Nahue.

Con Damián no estábamos atravesando nuestro mejor momento...

En fin... comimos... bebimos... charlamos... me reencontré con los que veo cada muerte de obispo y ví una vez más a los que veo todo el tiempo...

Nadie se privó se sacar fotos... Ni Vero (sí, todas mis amigas se llaman Vero y todos mis amigos, Mariano)...

Ni el Nahue...

Fue genial verlas entonces y volver a hacerlo ahora...

Pero lo más importante es que la pasé relindo y mi cara de feliz cumpleaños en esta foto lo atestigua.

Paréntesis 2007

Pausa

De vez en cuando hay que hacer
una pausa

contemplarse a sí mismo
sin la fruición cotidiana

examinar el pasado
rubro por rubro
etapa por etapa
baldosa por baldosa

y no llorarse las mentiras
sino cantarse las verdades.

Mario Benedetti.


Cambiaron tantas cosas este año que, por amplia que sea la pausa que haga, no podría terminar de sopesarlas. A primera vista tengo borrones en la primera parte del año. Si lo pienso mejor, creo que entre la despedida del 2006 y la llegada del 2007 estaba atosigada por la quarterlife crisis. Primero no sabía qué era. Esa sensación de estar perdida, de no saber qué hacer con la carrera (no con la carrera universitaria, porque esa ya estaba, sino que hacer con eso ahora, a nivel profesional). Supe de qué se trataba cuando, una vez más, como siempre, a Rory le pasó lo mismo en Gilmore Girls. Estaba tan obsesionada con el tema que incluso escribí una nota. Probablemente una de las peores que haya escrito en mi vida, muy por fuera de mis temas y mi estilo. La catástrofe inmortalizada aquí: http://alrededoresweb.com.ar/notas/quartelifecrisis.htm. En enero le hice la suplencia a Gonza y tuve menos tiempo de pensar en mi crisis hasta que se disolvió en el olvido. Poco recuerdo de febrero. (La agenda me ayuda a recordar que en febrero tuve un par de entrevistas de trabajo, volvió el teatro a Buenos Aires y yo a él y ví El árbol, que me dio tantas ganas de filmar que compré un cassette de video y aún allí lo tengo). En marzo me pregunté si ir o no al festi de Mardel y resolví que niet. También fue el inicio de las notas en Perfil y la alegría de recibir un rédito económico por el placer de la escritura. Qué bueno esto de agarrar la agenda. Me recuerda que el 9 ví Psicosis en pantalla grande, en el Malba, con Mariano que nunca la había visto; que el 16 medio que me alcoholicé por primera vez en la fiesta que se organizó por el triunfo del video en el que el Nahue hacía de Robbie Williams; y que el 21 arranqué con las clases de teatro. Que el 24, 25 y 26 fueron puro Walsh. Y que el 30 a las 19 acompañé a mi hermana a hacerse una tomografía. Ella llevaba las fotos de Felman que le había regalado en octubre, mientras estaba internada, y que desde entonces acompañaban cada movimiento. Yo ignoré la verdad de los resultados durante los tres meses siguientes. En medio de esa ignorancia, abril fue el bafici y más notas en Perfil que se interponían a mi avidez por ver películas (además seguíamos con Sudestada y Alrededores, of course). Abril también fue la maratón Foto Bonaudi. Más teatro y teatro y teatro. Teatro todo el año. Válvula de escape. En mayo entrevisté a Tarrío. Estuvo lejos de ser el único entrevistado del año, en una primera mitad de año en la que hice entrevistas a troche y moche, pero será el único rememorado, porque soy arbitraria y porque es el recuerdo más lindo. Hacia fines de mayo dejé de usar la agenda (más tarde o más temprano, todos los años termino haciendo lo mismo). Hacia fines de mayo me enfermé y me perdí La castidad. Hacia fines de mayo se pudrió todo. Hacia fines de mayo supe la verdad (todas las verdades). Hacia fines de mayo tuve consciencia de que mi vida, una vez más, nunca volvería a ser la misma. Hacia fines de mayo, también, Gonzalo me cedió su trabajo, y me convertí en una asalariada con (casi) horario de oficina. El jueves 7 de junio se emitió el último capítulo de Gilmore Girls y yo lloré porque sabía que una etapa de mi vida se cerraba. Lloré porque sabía que estaba perdiendo cosas, gentes, lugares, una vez más. Lloré porque sentí injusticia, impotencia, angustia, temor, miseria. Junio a Septiembre es un nubarrón en el que se entrecruzan hospitales, operaciones, terrores, llantos contenidos y llantos expiados, darse la cabeza contra la pared, hacerse bollito, rogar por no sentir nada más, por dejar de sentir en ese preciso instante, porque el dolor se anule, se vaya, no vuelva, porque alguien me explicara qué era lo que estaba pasando, porqué estaba pasando, porqué así, qué estábamos haciendo, adónde estábamos yendo. Y perdí un poco la brújula, lo que supongo que en aquel entonces fue algo bueno. Conocí gente nueva, y me aferré a ella. Retrospectivamente no sabría explicar si fue bueno o malo, en aquel entonces resultaba indispensable. Y tuve conmigo a una personita vieja sin la cual seguir en pie (o arrodillada o lo que sea) hubiera sido imposible, a la que le predije todo lo que supe desde un principio y no podía contar a nadie más, y que estuvo siempre, sin importar fecha, hora o lugar. Me fui rompiendo de a poco. Resquebrajando. Dejando pedazos dispersos por todos lados, de eso que alguna vez fui. Una vez más veía cómo parte de mi vida se me escapaba como arena entre las manos y yo no podía sostenerla, retenerla, quedármela. Casi se terminaba agosto cuando un llamado de madrugada me informaba que, sin importar cuánto hubiera luchado y cerrado los puños en un intento ciego por sostenerlo, el último grano se había escapado. Me perdí, y no sé si todavía me encuentro. Me vulnerabilicé. Me golpeé. Me caí. Volví a levantarme. Quise hacer todo de golpe, no perder un instante. Me aferré a lo que estaba, lo que me hacía bien, lo que me volvía fuerte, lo que me daba felicidad. Dejé de pensar un poco. Hubo una noche en la que todo salió al revés y en un abrir y cerrar de ojos se dieron vuelta las fichas y cambiaron todas las jugadas. Creí que era una catástrofe. Aprendí que siempre todo va a salir justo como no lo planeaste y entonces es cuando de verdad se vive y se aprende y se crece. Decidí festejar mi cumpleaños y la pasé bomba (debería poner algunas fotos acá, en este diario de jornada). Empecé terapia porque no aguantaba más, y me di cuenta que la terapia no era para mí. El resto ya está registrado en este espacio. La imposibilidad de alcanzar la intimidad que requiere un diario íntimo y el nacimiento de esto, que me hace mejor que la terapia. Los martes en el Rojas, que me ayudaron más que la psicóloga. Los amigos más viejos y más nuevos. Las ambivalencias. Las dudas. Descubrir de repente, casi sin querer y tarde, tan tarde, que soy una mujer, y que atrás de eso se esconde un poder impresionante. Y que es un poco divertido. Y que no soy todo lo que alguna vez creí o creyeron o me hicieron creer que era, sino esto que soy. Esto que está acá. Una persona terriblemente lastimada pero que se esfuerza por lamerse las heridas. Que está dispuesta a golpearse. Pero que sabe que tiene que vivir. Como sea. Y eso me lo enseñó ella.

La revolución se hace primero en la cabeza de la gente

Un chico me pidió que le reenvíe este texto que le había mandado a mis contactos a fines del año pasado. Releerlo hoy me indica la distancia entre mis vacilaciones de entonces y las de ahora. Y, la verdad, con todo lo que me pasó en el medio, no hago valoraciones de ningún tipo entre ellas.
Aún así, el texto de Walsh sigue siendo tan actual como maravilloso.
¡¿Qué mejor manera de empezar el año?! (ya sé qué mejor manera, soñando lo que soñé... jejejeje).

DICIEMBRE 31, 68
SITUACIÓN

Terminar el año con el zapato izquierdo visiblemente roto, mil quinientos pesos en el bolsillo, incapacitado para hacer regalos y desganado para recibirlos; con mil cosas pendientes, postergadas o mal hechas; en un estado casi permanente de mal humor o de abulia.
Es posible que haya “mejorado” algo. Que esa mejoría sea lo que me pone de tan pésimo humor.
La política se ha reimplantado violentamente en mi vida. Pero eso destruye en gran parte mi proyecto anterior, el ascético gozo de la creación literaria aislada; el status; la situación económica; la mayoría de los compromisos; muchas amistades, etc.
Es posible que, al fin, me convierta en un revolucionario. Pero eso tiene un comienzo muy poco noble, casi grosero. Es fácil trazar el proyecto de un arte agitativo, virulento, sin concesiones. Pero es duro llevarlo a cabo. Exige una capacidad de trabajo que todavía no poseo.
Me refiero principalmente a métodos de trabajo. Hace años que vengo luchando por eliminar cosas que formaban una “infraestructura” errónea, la bebida, el cigarrillo, los malos horarios, la pereza y las postergaciones consiguientes, la autolástima, el desorden, la falta de disciplina; la consiguiente falta de alegría y de confianza; todo eso ensamblado en una estructura mental que seguía siendo burguesa.
Este año sólo he progresado en dos cosas. No bebo, lo que ha mejorado mi salud, o por lo menos compensado el “deterioro”. Empiezo a asimilar lo básico del marxismo, y mi “nivel de conciencia” es hoy bastante mayor. Estoy mucho más jugado. No aceptaría hoy incluir una cita de un bufón como Manucho en la contratapa de un libro, ni vacilaría en rechazar una beca en USA, etc.
Me he pasado “casi” enteramente al campo del pueblo que además –y de eso sí estoy convencido- me brinda las mejores posibilidades literarias. Quiero decir que prefiero toda la vida ser un Eduardo Gutiérrez y no un Groussac; un Artl y no un Cortázar.
Pero decir estas cosas, escribirlas, me desalienta, me da sueño; eso significa que hay un duro núcleo de resistencia que rechaza todo esto como una banalidad; que preferiría mantener la fachada inescrutable sobre mis verdaderas contradicciones; suspender el análisis y seguir proponiéndome al mundo como un figurón, ligeramente martirizado por las circunstancias.
Me está faltando coraje.
Lo que sucede es que me paso al campo del pueblo, pero no creo que vamos a ganar: en vida mía, por lo menos. ¡En vida mía! Porque esa es la clave: lo que pase después no me importa mucho, y entonces sigo siendo un burgués, más recalcitrante aún.
La película de Solanas-Getino (La hora de los hornos) nos mostraba ayer, con insuperable claridad, cómo no se puede ganar con clavos miguelito contra los tanques; con manifestaciones callejeras contra las ametralladoras, etc. ¿Cómo pelear, entonces? También lo dice la película: la revolución se hace primero en la cabeza de la gente. Conseguir que el oprimido quiera pelear y ame la revolución; pero conseguir también que el opresor se deteste a sí mismo y no quiera pelear.
Pero yo soy el primero a convencer de que la revolución es posible. Y esto es difícil en un momento de reflujo total, en que se me han acumulado catastróficamente el proyecto “burgués” (la novela) y el proyecto revolucionario (la política, el periódico, etc.).
Si distingo con claridad, si analizo bien, si creo métodos aptos de trabajo: todo eso tiene solución.
Lo que no soporto en realidad son las contradicciones internas. Las normas de arte que he aceptado –un arte minoritario, refinado, etc.- son burguesas; tengo capacidad para pasar a un arte revolucionario, aunque no sea reconocido como tal por las revistas de moda. Debo hacerlo. La película de Getino-Solanas señala una ruta, que yo empecé a transitar hace diez años.
Pero es indudable que debo continuar con mi proyecto “burgués”, radicalizándolo en lo posible, para quitarme la soga del cuello; volver a ser libre; planificar rigurosamente mi vida; desalinearme.
Así sea.

RODOLFO WALSH.


*El texto es de Ese hombre y otros papeles personales, recientemente reeditado. Es un libro fantástico para cualquiera e imprescindible para todo aquel que, como yo, esté enfermo con ese hombre.